Ya las calles se iluminaron, el espíritu de amor fraternal comienza a llenar Facebook de falsos y bonitos deseos, y todos, con la mirada puesta en las luces, se afanan en mirar un cielo, que, a oscuras, se llena de sentimientos. Pocos se acercan al otro Puerto de la Navidad, el que buscando la orilla nos obliga a refugiarnos en nuestras prendas de abrigo, el que besa cada día con las olas las orillas de las playas infinitas que abrazan al Puerto.
Navidad iluminada, llena de calles adornadas, el refugio del verano ya olvidado, el que huele a castañas asadas, a espumillón, pero el que en esos medios días, en los atardeceres tempranos sigue presente en nuestros días. Y es que la ciudad, la eterna ciudad de los pinos y las dunas, sigue presente, olvidada, limpia y fresca, son sabores salineros de invierno, con aromas de altamar.
El Puerto en Navidad parece olvidarse de sus playas, de sus playas en invierno, en donde las huellas sobre la arena húmeda dejan menos huellas, pero son más duraderas. Mi Puerto en Navidad también es mi playa, la que acoge mis paseos al amparo del tibio Sol de media mañana, la que me trae los vientos que me limpian de los recuerdos oscuros, y en las que no hay cabida para virus y ponzoñas. Mi Navidad también es mi mar, el que lejos de las playas me saluda con las olas, las que traen los recuerdos de los que ya están aun mas lejos de la mar.
El Puerto por Navidad se viste de verde y blanco, de pino y sal, y a él le cuento que las luces que iluminan nuestros cielos también se reflejan su mar, en sus playas y en las piedras que se visten de gala para recibir al nuevo año. Poco a poco, cuando todo pase, cuando el frio se aleje de la orilla, mis pasos olvidaran las luces y olor a espumillón, el calor me dejara tendido junto a la orilla, y pensaré en aquellos paseos, que, junto al mar en invierno, me enseñaron que mis playas no se fueron con la Navidad.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios