El humor dicen que no gusta a los investigadores, ni a los científicos, ni a los que discuten cuestiones importantes.  En mi vida, ya provecta, siempre sentí que el humor era una cosa muy seria. Terriblemente seria y muchas veces malentendida. Y, hoy en día, rodeado de políticos, redes sociales, cantamañanas, salvapatrias y enfadaditos, es un sentimiento difuso y confuso si pasa de sal fina a la sal gorda, o a ser la intersección del cuadrado de las sonrisas.

Mi querido profesor, Hernández Guerrero,  define certeramente el humor que es, sobre todo, una lectura paródica de la vida  y es una manera de distanciarnos de los problemas que nos acucian. La saturación de noticias y circunstancias nos hacen entrar en los parámetros de huida, donde el humor ocupa sitio preferente.

El humor en Cervantes, y sobre todo en el Quijote, está pobremente estudiado, cuando se da la circunstancia de que es un libro pensado para hacer reír. Lo mismo que el Buscón, que es un cuenta chistes de principio a fin. No como el Lazarillo, que hace pensar en la pobreza extrema.  Somos tan raros los españoles… Estudiamos en serio para decir lo que pensamos, sí o sí, como dicen ahora, de esos textos jocosos que nos tomamos en serio.

No entro en las grandes novelas que son, sino en la estructura de las carcajadas que provocan, tantos cientos de años después, cuando sabemos que el humor, como ciertas comidas, si no se paladea en caliente, hay que desecharlo.

Hoy que no se admiten ciertos chistes, pero se emiten más insultos que nunca, -la política es la Universidad de la Ofensa y, las redes sociales, el patio de monipodio de la deprecación. Parece mentira que no se estudie el humor contra esos arrítmicos discursos de la vida social.

Quevedo se copiaba a sí mismo, Cervantes se auto exculpaba de plagiar, “se advierte que no ha de ser tenido por ladrón, el poeta que hurtare algún verso ajeno y lo encajase entre los suyos” y Quevedo metaforea cuando dice que un diamante ha de ser labrado con otro de igual valor, “y con la sangre del cabrón caliente”.

Así nos reímos del tiempo en el tiempo, y descubrimos en El Quijote la aventura de los batanes,  que es un comic narrado sin peaje personal, donde se unen lo épico y lo ridículo en singular proporción. La lírica del miedo con su hedor, digo.

Hoy que no admiten chistes, por ejemplo de cojos, recordemos que en el Celoso extremeño, Cervantes hace disfrazarse al Loaysa de tullido, por causa de los celos, y, añadamos datos ciertos para reír: Alonso Alvarez de Soria, poeta y tuerto, sirvió de tipo a Cervantes para trazar el Loaysa.

El humor se degrada o magnifica, como algunos vinos, y los insultos, también. "Y porque no lo tengan por maricón alhaje ese cuello y agobie de espaldas" ( Buscón 302).  Que hoy sería chiste grosero y malsonante contra identidades sexuales, por culpa de los siglos posteriores. Porque no tenía el sentido obsceno, sino el vestir casi como las mujeres. No más allá.  Es un vaso comunicante el humor, el hilo de Damocles, la mitad de Pinto, la razón de la sinrazón. Reír es sano, insultar no. Leer la vida con sus tiempos. Salvar el humor lírico. Nunca, el terrible rencor de las tinieblas. Y el respeto de todos y por todos.

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