Análisis

ROSARIO TRONCOSO

Profesor Juan Carlos Aragón, colegio de Cádiz

Hacer leña del árbol caído, ya sea pequeño y endeble o grande y con hondas raíces, es una costumbre mezquina extendida en los últimos tiempos en los opinaderos gratuitos. Y en seguida me entenderán. Quien me conoce sabe que soy ajena al Carnaval, por suerte o por desgracia. A pesar de haber intentado acercarme no siento ese enamoramiento por la fiesta de Cádiz. Y ya quisiera. Vaya por delante mi respeto profundo por la cultura carnavalesca, pues es parte de nuestra identidad, y tienen los autores y componentes de agrupaciones, toda mi admiración. Aclaro esto en primer lugar, para luego admitir que no conocí a Juan Carlos Aragón, aunque lo defienda aquí, y me habría encantado compartir centro, alguna guardia, algún cafelito y cierta amistad, con mi compañero de editorial (ambos tenemos libros de poemas en el buen sello sevillano La Isla de Siltolá). Eso sí, nos une mucha gente en común, a favor y en contra de todas sus cosas, entre ellas su modus operandi como docente. Personas que por lo visto son ejemplares en todos los aspectos de sus vidas, que necesitan del fuego de esa leña a la que más arriba me refiero, para traer un poco de luz a su existencia. Perdónenme la vehemencia. Pero es que siento un frío tremendo ante ciertas actitudes. La elegancia está en saber pasar la mano ante ciertas cosas. Somos libres de despotricar del vecino en privado, pero no en un escaparate. Reitero que no sabría cantar ni una sola de sus coplas, que no puedo opinar sobre su forma de enseñar o caminar por los pasillos. Pero como un colegio de Cádiz lleva su nombre, gurús de la decencia absoluta, inventores de la tiza, maestros maravillas, tiran por tierra el honor profesional, entre otras cosas, de quien puede defenderse. Está feo no dejar descansar a quien no mejorar o empeorar, porque su camino terminó. ¿Excesivos homenajes? El tiempo dirá. Pero pobre de espíritu es quien no ve la dimensión completa de quien no era un soldado raso de horario fijo y tal como está el sistema, a los distintos no se les permite un curso malo si el genio interior ruge, y sirvan, para no juzgar las palabras de Antonio Rivero Taravillo: "Detrás de cada piedra hay algo, tierra o alacrán, que no vemos". Desconozco cómo se bautizan desde siempre plazas, calles, instituciones, etc. Si me preguntan, por altura moral, un nombre de monarca no es adecuado para una avenida que vertebra una ciudad, creo. Nunca se nos ha preguntado. Y si hay mil profesores que merecen más tener un colegio cada uno, no lo dudo. Pero es que a lo mejor ninguno ha despertado, desde dentro y fuera de las aulas, tanta pasión, ni ha escrito el nombre de Cádiz un poquito más claro en los mapas actuales, con poesía, sí, le pese a quien le pese con la que está cayendo. Quizás es que ninguno de ellos puede ser Juan Carlos Aragón.

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