Políticos bailongos

Me gustaría que Felipe VI departiera en Mallorca con el presidente del gobierno vistiendo ambos sendas camisetas de Iron Maiden y de Metallica. Eso demostraría que no todo está perdido en este nuestro tan querido país

Hablamos de universos distintos, incomparables. En la lejana Finlandia hemos visto a Sanna Marin, su joven primera ministra, en la picota por la filtración de un vídeo en el que se la aprecia nórdicamente disfrutona, tela de atractiva, treinta y seis años de puro ritmo, bailando con el arte y compás de una Dua Lipa en el escenario. Se trataba de una fiesta casera, pero algún Vïllarekjo de Helsinki vendió a un tabloide amarillista el clip publicado en un grupo privado de Instagram y la lio parda. Sanna Marin, política bailonga, ha tenido incluso que realizarse un test de drogas para evitar suspicacias entre su cuadriculado electorado porque, claro está, fiesta privada es igual a drogas. Aquí y en Reikiavik.

Sospecho que la clave del asunto no es precisamente la ingesta o consumo de estupefacientes sino, por el contrario, el sinuoso bailecito sensual que se marcó la dirigente finesa, que probablemente no ha sido bien aceptado por las morales pacatas y bipolares de sus campos nevados. Hay quien simula el machismo (o la envidia, que tampoco es descartable) por la ejemplaridad y demuestra que aunque no tengamos mucho que ver los europeos del sur con los del norte, la raigambre comunal es mayor de lo pensado.

Si volvemos a nuestras playas -ora desbordadas de aguas, ora de turistas- la memoria histérica nos da ejemplos de políticos bailones como para llenar dos o tres ediciones de "Mira quién baila". A bote pronto, el podio se lo llevarían Miquel Iceta con su estrafalaria versión dancing de Queen y la añorada por un amplio espectro del PP, Soraya Sáenz de Santamaría, que dejó boquiabierto al personal con sus dotes bailongas en El Hormiguero de Pablo Motos. Lo normal para un español promedio, sea político o no, es que su baile parezca jogging y que se asemeje torpemente a Álvaro Martín y Diego García ganando medallas en los 20 kilómetros marcha. Somos pisadores de uva a machamartillo. Recordemos también a Mariano Rajoy quemando suela con el Paquito chocolatero en una boda y a Miguel Ángel Revilla, niño en el bautizo, muerto en el entierro y padre de la novia en un convite a las cinco de la mañana, moviendo el esqueleto en una fiesta cántabra.

Siempre hay políticos que arriesgan más, normalmente los que menos tienen que perder. Por eso observamos con cierto desdén el pique UPA Dance de Almeida con Abel Caballero y su nefasta versión de un break dance. Debo decir que lo que más gratamente me ha sorprendido ha sido ver a Gabriel Rufián tomando lecciones de bachata como un españolito cualquiera y a la podemista Mónica García perreando como una diosa de la pista en un programa de radio de la SER.

Ver un ministro bailando heavy metal es un imposible, eso sí. Ahora que nos ha abandonado Adriana Lastra, fervorosa seguidora, como Kichi, de ACDC, ha disminuido la probabilidad de encontrar un político de primer nivel agitando sus melenas al viento mientras alza los cuernos al cielo como Ronnie James Dio nos enseñó. Quizás pudiera ser Isabel Díaz Ayuso, no sé. En estos tiempos oscuros donde los ritmos latinos nos llevan de Rosalía a C. Tangana, pasando por Bizarrap, me gustaría que Felipe VI departiera en Mallorca con el presidente del gobierno vistiendo ambos sendas camisetas de Iron Maiden y de Metallica. Eso demostraría que no todo está perdido en este nuestro tan querido país. Menos complejos y más maneras de vivir, que diría Rosendo.

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