El marketing político es una disciplina en entredicho, cuyo origen híbrido entre las ciencias políticas y las técnicas de mercado la hizo nacer con el riesgo de las emulsiones difíciles, y que acabara siendo una fábrica de mentiras convenientes. Mentir en este país sale en general barato. Y así en esta última campaña -la campaña electoral es el objeto de esta rama del marketing, aunque no el único- hemos vuelto a asistir a una tómbola de voceros cuyo indisimulado papel teatral -papelón- daba apuro y hasta urticaria intelectual. Y no ha pasado nada: ellos son así porque nosotros somos así, y no sólo no damos para más, sino que bien puede que cada vez demos para menos.

Que un presidente, Sánchez, esgrima a sabiendas en un debate documentos falsos y que no rectifique al ser pillado. Que Iglesias, un "tomador de cielos por asalto" que hace nada declaraba la "alarma antifascista", mutara en ese debate en otro híbrido, esta vez entre cura que musita absoluciones, mediador sin honorarios y osito de peluche socialdemócrata. Que un extremista de ocasión, Abascal, que tiene un pasado lactante de la ubre de la que ahora llama "derechita cobarde", hable de Reconquista y se apropie y contamine a la Legión con el abuso de su himno. Que los independentistas ungidos por el óleo de la verdad a la medida insulten no ya a las instituciones democráticas de un Estado, sino a toda la población que asiste al abuso perpetrado desde el propio Estado. Y que estemos acostumbrados. O anestesiados. Que traguemos.

La muestra máxima de descaro y falta de credibilidad la ha dado Casado. Tras su estrepitoso fracaso -paralelo y complementario al éxito de Sánchez- y su estrategia suicida de, lo dicho, marketing político, el aún líder del PP ha efectuado un doble mortal sin manos que ni la Boginskaia: sus aliados naturales hasta hace dos telediarios han pasado a ser, respectivamente, "extrema derecha" -eureka, porque Vox lo es- y "socialdemócrata", cuando si algo tiene de inquietante Ciudadanos es que su líder diga -en el mismo debate de la mentira de Sánchez- que los impuestos son "meterle a los españoles la mano en el bolsillo". Las tres chapas y la bolita Casado: un "donde dije digo, digo Diego" formidable y desvergonzado. Porque las criaturitas tragan con todo, le dirá su asesor áulico de campaña. No nos cansaremos nunca de Groucho: "Tengo estos principios; si no le gustan, tengo otros". El neoyorquino nos hace reír. Y el trasiego de mentiras estratégicas es para llorar.

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