La esquina del Gordo

Política del braguetazo

Tiempo al tiempo, habrá más generalas que generales y superándolo con creces

No tuve más remedio que recurrir a mi equipo psicológico habitual para tratar de que me lo aclararan. Han coincidido en que la edad no es el principal condicionante para el escepticismo, sino los hartazgos cuando superan ciertos límites; por ejemplo seguir creyendo que en política existen redentores de cuerpos, almas y haciendas al alcance de todos salvo para los que viven de ella. Para remediarlo me recomiendan que ignore a los encaramados en la tapia y admita como pandemia sus faltas de educación, o de formación, o de ética, llámelo como quiera,

Cuando en las escuelas los medios didácticos no pasaban de la pizarra, la tiza y una enciclopedia, naturalmente era normal que solo se aspirara a saber leer de corrido comprendiendo lo que se leía (¡!), escribir con buena letra y sin faltas de ortografía (¡¡!!) y, por aquellas voluptuosidades del razonamiento, sumar, restar, multiplicar y dividir; después llegaban los perfeccionistas ampliando estudios para llegar a algo importante: saber pensar, pretensión inútil en este tiempo bochornoso que vivimos.

Para no andar con floripondios, en aquellos años crueles eran escasos los alumnos que tenían la oportunidad de acceder a tales bendiciones. Casi todos los de clase media baja, aspiraban a ser buenos profesionales de cualquier oficio, esos que hoy tanto escasean, y superar el nivel de sus padres. Peor lo pasaban las alumnas, menos en cantidad, condenadas a contar con los dedos toda su vida pero expertas en zurcidos, en punto de cruz, en anafes y en esperas a que llegara el mozo apañado con sueldecito seguro para redimirla de sus precariedades sabiendo de antemano que recalarían en las mismas, pero con derecho a cama compartida, con bendiciones eclesiásticas, para formar familias numerosas porque los 'puntos' aliviaban los presupuestos.

Claro que no todas las hembras pasaban por aquellas horcas caudinas. Las de medio pelo e incluso las mejor acomodadas pasaban de puntillas sobre los deberes escolares pero usaban medias de seda, de cristal y algunas hasta estudiaban piano, la mayoría con carabinas de distinto pelaje mientras soñaban noviazgos esperando al marido redentor, con galones en zonas militares o universitarios con garantía de heredar las consultas o los despachos de sus padres, sin olvidar a los del comercio selecto, siempre en dura competencia con el funcionariado pastueño. Gracias a los dioses todo aquel pasado inmaculado se ha convertido en pintura rupestre.

La vida ha cambiado tanto para ellas que ya no es necesario esperar al cabo primero, al perito electricista o al dentista -una pasta, oiga-; tampoco es imprescindible ir a corte y confección, saber hacer vainica, ni manejar las agujas de hacer calceta; ahora es más normal que las peritas electricistas sean ellas, que no tengan que esperar a quién las salve y porque, tiempo al tiempo, habrá más generalas que generales, lo mismo que ya existen más universitarias que universitarios y -demostrado está- superándolos con creces. Se acabaron los privilegios por razón de sexo. Ahora serán ellos los que vivan pendientes del braguetazo.

¡Ya era hora!

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