Pocas babuchas

Y luego llegaron los youtubers, claro. Y los instagramers. Y los tiktokers. Gente que se graba a sí mismo dando berridos neandertálicos y agudas opiniones acerca de cómo pasarse el SuperMario, cómo ligar jugando al Fornite o qué hacer para seguir viviendo del cuento

Si yo fuera la madre del niñato con millones de seguidores en TikTok que ha confesado que le dice a las chicas que es estéril para tener sexo con ellas sin condón, tendría ya la babucha gastada de untarla en mierda, no sé si me explico. Denúncienme, que confieso. La deriva que lleva nuestra juventud es realmente preocupante. Cualquier pelagatos con flequillo engalanado se pone delante de una cámara a decir sandeces y es inmediatamente elevado a los altares por millones de adolescentes que lo bautizan como un creador de contenidos. Es la diversión 3.0, al parecer. Si entretienes, te forras.

La evolución preocupa: tras una infinidad de triunfitos que causaron furor entre los jóvenes, actuales cantantes de karaoke, en su mayoría, se descubrió otro tipo de maneras modernitas de bañarse en parné. Los programas de telerrealidad, principalmente instigadores del guarreo y cornamentas varias, atesoraban arrobas y arrobas de share y generaban interesantísimos debates entre los no tan impúberes, acerca de si Fulanito era una zorra o Menganita un cabrón. Islas desiertas, casas en la sierra, centros de detención musical o estudios de cocina, costura o lo que se tercie, han abonado las pantallas de televisión relegando, incluso, al deporte rey, a un segundo plano.

Y luego llegaron los youtubers, claro. Y los instagramers. Y los tiktokers. Gente que se graba a sí mismo dando berridos neandertálicos y agudas opiniones acerca de cómo pasarse el SuperMario, cómo ligar jugando al Fornite o qué hacer para seguir viviendo del cuento. Estos fulanos tienen el arte, además, de dejar que negros literarios les escriban libros con los que barren las estanterías de cualquier Carrefú que se precie, con los que, además, perciben pingües beneficios que engrosan sus cuentas corrientes andorranas (lo que sin duda indica que son votantes de los Pujol Ferrusola o fervorosos juancarlistas primeros). El problema es el mismo que cuando un tipo que escribe novelitas de ficción se considera a sí mismo el nuevo intelectual librepensador: que unos canis gritones y estrafalarios, imitadores de chuloputas playeros, tiparracas superguays que regalan Luisvuis y demás ralea sientan cátedra en un jardín de tiernos capullos (de alhelí en flor).

Son los ídolos de nuestros hijos, tengámoslo claro. Hacen aquello que les gusta y se hinchan a ganar pasta con ello. Con sus caras desagradables y sus sillones gamer tuneados, diciendo barrabasadas en pos de una libertad de expresión que ni saben ni conocen, tienen millones de seguidores que los imitan y respetan hasta que pasen de moda. Después, contémosles a los chaveas que estudien mucho para currar más aún por menos de dos mil euros al mes. Digámosles lo que les quedará limpio una vez que paguen el alquiler o la hipoteca, compren en el súper o satisfagan la pensión del ex. Es mucho mejor vivir en ese saco amniótico virtual que se maneja con círculos, triángulos y L2 y reírse un rato con las pamplinas de cualquier descerebrado de gorra calada a un lado, tatuajes hasta en la punta del pepino, ganando pasta gansa a base de confesar delitos en prime time. Tanta mierda y tan pocas babuchas. Deténganme.

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