A falta de inspiración para el artículo de hoy, he ido a la peluquería. Ahora que estoy apartada del periodismo de calle, es una de mis vías para mantener el contacto con lo que pasa: allí se habla mucho y muy libremente, una mezcla de conversaciones de bar con consulta psicológica, lo social y lo íntimo.

Sin entrar al detalle de cada historia, cada día y con cada clienta diferentes, el tono de la charla era el mismo de otras veces. En la peluquería no se prejuzga, no se sentencia, no se cierran los oídos a otras opiniones. Las conversaciones, naturalmente guiadas por las peluqueras, son abiertas, cargadas de preguntas más que de afirmaciones. Allí se escucha a la que no encuentra trabajo, a la que se olvidó de llamar a la asistenta para recoger a su nieto de vela, a la que cree que las instituciones deberían hacerse cargo de la chica que pide frente a la peluquería. Se habla de paro, de conciliación, de inmigración, de exclusión social. No hay unanimidad, pero hay respeto, atención, y hasta vacilaciones, cada vez más escasas en otros ámbitos.

Acabo de leer un artículo de Álex Grijelmo sobre la caída en desuso de términos que reflejan dudas: algunos, varios, creo, me parece, quizás, más o menos… En las redes, por supuesto, pero cada vez más en las conversaciones personales y de manera abrumadora en la política, la duda ha desaparecido. Es todo o nada, conmigo o contra mí, siempre o nunca. Ni matices ni argumentos complejos que puedan abrir grietas en el pensamiento absoluto. Además de simplificar enormemente la realidad -y, por tanto, falsearla-, esta dicotomía radical nos impide escuchar al otro: todo lo que suene mínimamente diferente a mi verdad, será catalogado como lo contrario. Es absurdo. Según esta forma de entender, si digo que me gusta el cine y alguien me responde que también, pero que prefiere el teatro, en mi mente esa persona no solo odiará el cine sino que estará en contra de su fomento y, ya puestos, a favor de su prohibición. Así, claro, no hay manera de entendernos.

Afortunadamente, aún podemos escapar del maniqueísmo, aunque sea por los pelos.

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