Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

Yo te digo mi verdad

Panorama en la frontera

Cualquier paisajista haría aquí un fácil recuento de acacias, adelfas y hasta moreras

El otro mediodía volvieron a arder los matojos resecos por el calor. Supongamos que fue una colilla de alguien inmisericorde que a esa hora paseara a su perro, o alguna gracia del bromista desocupado de turno. En el mejor de los casos, digamos que fue cosa de chavales. El solar de la que fue próspera Fábrica de San Carlos, fuente ya seca de tanta memoria industrial en la Isla, es propicio ahora a esos incidentes. Donde antes reinaban afanosas oficinas, almacenes y naves para fabricar avanzados bienes de equipo, ahora crece todo tipo de plantas, las llamadas malas y las consideradas buenas, según nos convenga a los humanos. En cualquier caso, ahora prosperan, según sus propias posibilidades y sin la mano moderadora del jardinero, las que han aterrizado allí por mor del viento y las que aún arrastran su existencia desde que un enjambre de empleados y jefes velaba por ellas a la vez que por su trabajo.

Enternece el corazón ver el empeño de espontáneas palmeras por tirar hacia arriba, tanto como la resistencia de olivos y naranjos que en otro tiempo acompañaban el ir y venir de operarios por las calles del complejo. Uno sueña de pronto con un gran parque futuro que ya tiene el trabajo medio hecho y que sería como un gran pulmón para la zona, necesitada como toda la ciudad de verdor y sombra. Cualquier paisajista haría aquí un fácil recuento de acacias, adelfas y hasta moreras, si no fuera porque todo está destinado a fenecer bajo los cimientos de unifamiliares sin entorno.

Vivir justo al lado de este solar es sentirse en la frontera. Se asoma uno al límite, mira hacia allá y espera escuchar el silbido de las bandas sonoras de Ennio Morricone para Clint Eastwood. Mientras nos ajustamos el sombrero, uno esperaría ver de pronto aparecer entre el polvo una diligencia y descender de ella a un grupo de viajeros dándose golpes con la mano en los hombros para aventar residuos del camino. Justo al lado, acaba una carretera que no podríamos calificar de asfaltada, y en cuyos arcenes y acera se amontonan, cada día de diario, los coches de los forasteros que acuden a una consulta o visita al Hospital de San Carlos. Alguien que pusiera un parking en esta explanada expuesta al sol se forraría. No sé si pedir que ordenen esto o dar gracias por vivir al borde del olvido.

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