Análisis

Antonio Ruiz lópez

¡Padilla, quédate!

Te convertiste en un referente para una sociedad cada día más carente de valores éticos

Así, con ese grito unánime lleno de melancolía surgido desde el fondo de tu mar blanco teñido de rojo surcado por miles de piratas tan locos como tú, con sus banderas ondeadas al barlovento de los sentimientos, así querido Juan, te despidieron en tu ultima tarde gloriosa en Pamplona, tus Peñas, tus gentes, tus amigos, ¡hermanos ya! de tantos años de comunión sincera, apasionada y anhelada siempre.

Así te volvieron a llevar sobre sus hombros, a ti pirata entre los piratas más aguerridos, allende los mares de ese norte para ti amado y eterno, pidiéndote emocionados que te quedaras para siempre con ellos, para no dejar huérfanos sus corazones y sus almas, de tanta entrega, tanto sacrificio, tantos triunfos disfrutados y tanta sangre derramada.

¡Padilla quédate! ¡Padilla quédate! ¡Padiiiiilla que-da-teee!

Así, te dijo adiós tu vieja Iruña, con amargor, pero a la vez con el anhelo de un "hasta siempre torero amigo", que se desprendía del sentir de una marea humana indescriptible, que esperaba a su ídolo abarrotando las calles desde Telefónica hasta Mercaderes para verte por última vez con tu gesto desdibujado, llorando y sonriendo a la vez, sobre esas volandas mágicas que te intentaban aupar una vez más a lo más alto del cielo de tu Pamplona, para que te quedaras en él para siempre.

Llegaste una tarde de julio del 99 con lo puesto, pero con la angustia y la ansiedad de triunfar si o si, pues sabías que era tu último cartucho.

Una entrega épica, desesperada casi, y dos miuras, "Bombito" y "Alcaparrito" en una tarde mágica e histórica como la de tu último viernes de San Fermín, con tres orejas de oro en tus manos que te encumbraron para siempre en el firmamento de los héroes de Navarra, y te regalaron veinte años, de una maravillosa historia de amor llena de alegrías y triunfos, pero llena también de dolor, sufrimientos y tragedia.

Tragedia como la de aquel "Sureño", miureño imponente y traicionero, que en la arena del ruedo de ese norte de tus sueños, atravesó tu cuello hasta la cepa de su cuerno, en un infame derrote que San Fermín se llevó a lo justo con su capote, esquivando tu yugular y esquivando así también, tu muerte segura y cruel a borbotones.

Pastores, corredores, dobladores, aficionados y navarricos de a pie, nobles de corazón, fieles a tu raza, a tu arrojo y a tu entrega, te han demostrado durante estas dos décadas que su único rey siempre has sido tú.

Te adoran y eres un ídolo para ellos, pero lo más importante, querido pirata, es que saliste catapultado desde Pamplona hacia el mundo entero, y te convertiste en un referente para una sociedad cada día más carente de valores éticos.

Ese ha sido tu verdadero triunfo, querido pirata, y el de todos los que amamos y defendemos a este espectáculo único, pues desde dentro de él, un torero con treinta y nueve cornadas, ha tenido la valentía y los cojones de volverse a levantar otras treinta nueve veces, para demostrarle a la sociedad los valores del toreo, aunque para ello te haya tenido que costar un ojo de la cara y te hayas tenido que cubrir las costuras de tus sienes y de tu alma, con un pañuelo bucanero atado con coraje a tu cabeza.

Que Dios te bendiga.

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