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Paco Bozano

Ese letrero forma parte de la historia de nuestro San Fernando y, lo que es más importante, de nuestra infancia

Francisco García Barroso ha estado presente en mi vida desde siempre. Yo era el rubicundo chiquillo que entraba de la mano de su padre, un talentoso escritor más joven de lo que soy yo ahora, en el negocio que regentaba, la Librería y Papelería Bozano. He estado pensando mucho en él en estas últimas semanas. Hace poco supe que en la próxima Feria del Libro de San Fernando iban a hacerle un sincero homenaje como el librero más carismático y veterano de la ciudad. Me alegré muchísimo por Paco porque soy de esos que quieren los homenajes en vida, sobre todo a aquellos que los merecen, como él. Por lo que sé, estaba prevista una mesa redonda en la que un talentoso escritor más viejo de lo que soy yo ahora conversaría con Paco de sus muchos años vendiendo libros a los isleños, de los recuerdos de oro de una ciudad que desde elconfinamiento por el Covid cada vez lee más, aunque no sé si mejor.

Sin embargo, no hace mucho he sabido que esa mesa se ha cancelado. Seguramente la persona responsable de la Feria haya considerado que de haber un homenaje la fecha idónea sería en 2024, cuando la Librería Bozano cumpla un siglo. Me parece un error descomunal: primero, por haber jugado con la ilusión de la familia García Guaita; y, segundo, porque quizás en dos años estemos otra vez todos enclaustrados por cualquier cepa vírica que nos ataque sin piedad. ¿Por qué esperar?

El tema me tenía bastante descontento, la verdad, pero lo que ocurrió este lunes me apremió a pensar este artículo. Me dirigía andando al trabajo cuando me encontré con un viejo amigo en la confluencia de las calles Rosario y González Hontoria. Estábamos hablando cuando se acercó Cristina, hija de Paco y actual gerente del negocio, para pedirme un extraño favor. Sobre una furgoneta se encontraba el inmenso rótulo rojo de la Librería Bozano, con sus elegantes letras blancas. Quería que le hiciera una foto de recuerdo, aprovechando mi envergadura.

Al realizarse el pintado de la fachada superior de la librería, la normativa urbanística obliga a retirar el rótulo y sustituirlo por uno adecuado al PEPRICH. Mi amigo y yo le aconsejamos a Cristina que no lo tiraran, que lo guardaran en algún sitio. Ese letrero forma parte de la historia de nuestro San Fernando y, lo que es más importante, de nuestra infancia. No sé qué habrán hecho al final porque Cristina me dijo que su padre estaba sentado en el interior del local, afectado por un gran sofoco, y que la decisión era suya. Ojalá hayan conservado ese rótulo magnífico.

Llevo varios días enfadado, lo reconozco. Esta ciudad no suele ser justa con sus vástagos, pero Paco no se merecía estos disgustos a sus 86 años. Hace unos meses me vio revisando estanterías en su librería y se acercó a saludarme. Me dijo, ciertamente emocionado, que quería decirme cuánto se alegraban él y su esposa de la evolución de mi carrera literaria. Sentí que, en cierto modo, mis libros le producían un cierto orgullo. Y hoy, la tristeza que debe atesorar en su pecho Paco Bozano es mía también. Es una torpe injusticia la que han cometido con él y tendría yo que nacer de nuevo para callarme y no denunciarla.

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