Les confieso que estoy hecha un lío. Y es que resulta que anoche soñé que todos mis conocidos (algunos, incluso amigos) de mi entorno, se habían metido en una lista`. Ay, Dios mío de mi alma. Toda la madrugada unos y otros en la puerta de mi casa con cestas de frutas, vino, jamones, promesas en sobres y circuitos spa. Un horror. Y claro, en esas circunstancias, aunque se tengan las ideas muy claras en cuanto a qué o quién votar, ya entran en juego otras apreciaciones subjetivas para bien y para mal. En fin. Desperté sobresaltada y sé que necesito una semana o dos, o un mes más de reflexión para ir a votar el domingo, con ibuprofeno en vena.

Y aunque los sueños, sueños son, y se alimentan del subconsciente, la base real es innegable: convivo con una barbaridad de políticos (y políticas). Desconocía esas vocaciones repentinas y esos profesionales en ciernes, con tanta ilusión y tantas ganas por cambiar el mundo desde las raíces. Aunque sé del pie que cojea más de uno, y aunque a muchos de los que figuran en esa retahíla de nombres lo hacen justo para eso, para figurar, y el mundo en cuestión, aunque sea un mundo pequeñito, desde la política municipal y local, les importa un pito, quiero pensar que a lo mejor me equivoco. Soy una agorera. Sí. Pero no salgo de mi perplejidad algunos días tontos cuando me encuentro en la cola del Mercadona a esa persona lista en alguna lista, a la que jamás he visto en un acto cultural, por ejemplo, a puro golpe de pecho en defensa de la cultura. Qué de listos y listas. Qué maravilla. No seré yo la que dude de las buenas intenciones. Y quiero pensar que seguramente llevan años y años preparándose, adquiriendo una amplia formación para ser los candidatos ideales. Que manejan las herramientas y las claves para gobernarnos, y que les ha costado mucho llegar al lugar en el que se encuentran. Quiero pensar, también, que como muchos vienen de la experiencia de una oposición, como el alcalde de Cádiz, saben lo que se hacen. Aunque claro, gobernar una ciudad no tiene nada que ver con la docencia. O sí. Vale. Quiero ser ingenua y creeré en la sensatez en los criterios de selección para confeccionar sus listas por parte de los partidos. Creo en ellos, en los antiguos y en los nuevos como los dioses de Juego de Tronos (tenía que hacer un guiñito a la serie perdón) y seguro que hacen un casting y todo. Seguro. Aunque lo ideal, y no es tan descabellado, sería sacar las plazas para las listas y sus primeros puertos, a concurso público. Un examen oral, otro práctico, uno teórico, un psicotécnico, y un baremo muy cruel. A lo mejor nos iba mejor, y a la parcelita de poder solo llegaban los mejores. Oposiciones a alcalde, o a alcaldesa, ¿imaginan? Llegarían los mejores. El riesgo es que las plazas quedaran vacantes. A ver qué íbamos a hacer.

De momento, el proceso selectivo es otro: el de toda la vida, vayan ustedes a saber. Conste que no dudo de la valentía y el buen hacer de aquellos que nos representan. Claro que no. Tampoco nos queda otro remedio. Ahora tienen tiempo para demostrarlo. Y a ver si duermo esta noche.

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