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Puente de Ureña

Ola, miedo y literatura

Se ha roto el bienestar. Ya no hay reuniones, ni medias virtudes, hay mala idea y miedo

Sólo existe un borrador de problemas, o un mitigador, o algo parecido. La responsabilidad. Usted anda inquieto por la pandemia u otra cosa y está con su nieto o su hijo pequeño y se le borran todas las monsergas, sólo existe el pequeño por el que se desvive uno. Algo similar ocurre con la literatura, si te puedes evadir de todo, te pones a leer y aquí pan y después gloria.

Dentro del miedo, claro, del contagio, de los colegios abiertos que sabes que tienen clases tocadas y que la prensa no recoge. O reconoce. La ola aprieta entre descontentos, asustados, y descreídos. La ola, escorada, con su marea de muertos llega a la ínsula, en la que los políticos, si hablan, hablan para desunir y pedir y no mejorar nada.

Sisita Menéndez Pidal, filóloga, familia del general Pidal, inquieta por las palabras y la literatura, se quejaba, otra vez, de la falta de tertulias. Sisita odia a los politicoides que sólo buscan la alternancia vibratoria de sus egos. El otro día, en una emisora, una de ellas, grande como una plusmarca, decía que no disponía de datos sobre las personas fallecidas o muertas, así, como si fallecer, eufemismo por óbito no fuese lo mismo que morir.

Se la llevan los diablos. Me dice que tomó una cerveza en la tertulia del Bar Nueva Bahía y que allí saludó al profesor Vázquez Bermúdez. Este, que la conoce y sabe lo que da si le llevas la contraria, le contó que estaba bien y que cada vez era más blanco y verde. ¿Qué tiene que ver un rábano con la veleta de la Iglesia? Miedo me dais. Fuese para la Montaña, porque Sisita es tozuda, y se encontró la Montaña cerrada por covid.

Me envía un wassap: Necesito vida. Normalidad. Tú ya ni sales. Le contesto que no. Que ya no sé por dónde andan los contagios, uno cada dos minutos, famélicos de cuerpos. Zombis microscópicos, Sisita. Le afirmo que ya no hay ni judías, ni berenjenas con las Danas, que el paro anda desatado, que los taxistas con el confinamiento están antipáticos, que la gente que hay por la calle anda desaforada y huidiza. Que la mala leche es un obelisco isleño.

Se ha roto el bienestar. Ya no hay reuniones, ni medias virtudes, hay mala idea y miedo. Le cuento que leo y releo. Le digo que según Cosme Pajarote, autor de una analecta a la Henriada, ahora la inconexión es la clave de la nueva poesía y del que, en su Calipodio, afirma que es más difícil escribir versos claros que versos oscuros y que, por ende, es más fácil comentar versos oscuros que versos claros. Que la gente se aprovecha, haya tertulias o no del orégano del monte que no es laurel de Apolo.

Sisita, le digo, hoy es más difícil vivir entre amigos que sobrevivir a un fragmento de la noche arrancado a una tempestad cósmica.

¿Seguirá don Quijote blandiendo las armas? Me contesta. Es imposible en sus posibles.

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