Vaya, pues llegó el levante, no faltó a su cita, para disgusto de nuestros invitados de segunda quincena de agosto, que no saben que es inexorable, que es nuestro viento tutelar. Y pasará lo de siempre: los visitantes que pillaron poniente en sus vacaciones volverán, y los que tropezaron con el levante se irán echando pestes con la intención de no aparecer más por Chiclana. ¡Ah el turismo! ¡Nuestro querido monocultivo económico! Y mira que los sabios aseguran que la peor economía posible es la que pone todos los huevos en la misma cesta. Nosotros, erre que erre.

Pero, tópicos aparte, el retornado aprovechó su verano para hacer obras. Obras, ya lo dice la palabra es algo necesario, porque en latín la expresión "opus est" quiere decir que algo es preciso, necesario. En el castellano de Mio Cid eso se traduce en "uebos ha o "uebos han", que no quiere decir que haya que hacer algo por… narices, y no me sean mal pensados.

Pues nosotros hemos hecho obras de dos clases: una obra de teatro y una obra, obra, de las de albañiles, fontaneros y demás, una obra auténtica.

La de teatro estuvo muy bien y al público le gustó bastante. Se trataba de "El llanto del Pirata", que la representamos en julio y en agosto gracias a la amable hospitalidad de Mili y Juan Carlos, que nos cedieron su espacio en el Taller La Bodega, lugar acogedor donde los hubiere y propicio a toda manifestación artística que a usted se le venga a la imaginación. En esa función actuaba el admirable Antonio Pantoja, arropado por Antonio Ávila, como ayudante de dirección y factótum, Marga Delgado, como voluntariosa de producción y Jimmy Cobeña, como técnico imaginativo. El que suscribe puso su granito de arena escribiendo y dirigiendo la cosa. Claro que, como siempre, lo mejor fue el público, que a despecho de tentaciones playeras y festivalera nos acompañó con el calor que siempre caracteriza al público chiclanero, sin necesidad de la presencia de ningún género de autoridades. ("Qué buen vasallo si oviesse buen señor", volviendo a mi querido Cid de la mano de Per Abat.)

Y, como el "La Idea" somos bastante cabezones y, a la manera de Roberto el pirata no nos rendimos sin pelear, ya estamos tramando nuevas aventuras para el curso entrante: una teatral y otra literaria. Ya iremos contando.

Pero la obra de verdadero mérito fue la otra. A uno las de teatro le parecen la cosa más natural del mundo; pero las de ladrillos, grifos, enchufes y demás le colman de admiración. Cualquier persona honesta admira todo aquello que se siente incapaz de hacer; claro que algunos metetes hay que osan opinar y hasta dar consejos a los artífices ajenos a sus propias capacidades, pero suele tratarse de personas más bien necias, por más abundantes no menos tontorronas. Así que me siento obligado a manifestar mi admiración por el albañil Antonio, el carpintero Juan y demás artífices de un trabajo del todo encomiable.

Por otra parte, cada día entiendo más a los que han tardado tantos años en volver a meterse en obras, como los constructores del templo de La Sagrada Familia, de Barcelona, edificio que, dicho sea de paso y sin quitarle mérito a nadie, a mi me parece feísimo. Meterse en obras es un lío de mil pares de narices, como todo el mundo sabe. Los antiguos constructores de catedrales debían de tener una paciencia enorme y un optimismo a prueba de bomba, porque una familia normal se horroriza cuando le dicen que la obra del cuarto de baño puede durar entre quince días y un mes. Pues, para que veas: los que hicieron la Catedral de Burgos comenzaron en 1.221 y la obra estuvo casi finalizada en el siglo XV, sin contar algunos arreglitos en el XVI y la sacristía de inicios del XVIII. ¿De qué nos quejamos entonces?

La génesis de las obras es también apasionante. Por ejemplo, alguien decide, tras oportuna consulta familiar, cambiar la bañera por un plato de ducha, operación de gran interés funcional, económico y hasta estético. Claro que entonces, el miembro más proactivo del clan apunta la posibilidad de, ya puestos, cambiar también la solería… El siguiente añade la iniciativa de meterse en el alicatado de las paredes, para que no desentone. Finalmente se decide renovar los sanitarios, reemplazar el vetusto mueblecito de los efectos de higiene… ¿Y esa obsoleta grifería? Seguro que les suena la muy chiclanera expresión de "las poyás".

Me pregunto quién se ocuparía de la limpieza al finalizar cada etapa de la construcción burgalesa, pero hemos de suponer que muchísimo personal y muy laborioso, porque, desde luego, es mucho más grande que un cuarto de baño normal, según mis cálculos. También es de suponer que el entorno del templo se ensuciaría bastante, como sucedió con el resto de la casa tras la obra del cuarto de baño. ¿Se van haciendo ustedes cargo?

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