Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

Hace tiempo que el libro dejó de ser un objeto mágico y sagrado, libros que se conservaban en la biblioteca familiar, que se cuidaban y se heredaban. En las páginas de cortesía se escribía a lápiz la fecha en la que los habías comprado, o incluso se dedicaban si era un regalo, en una impostura de autor tan conmovedora.

Los libros eran caros y valiosos. Hoy son igual de caros, pero me temo que dejaron de ser valiosos, o al menos ya no son un patrimonio. Estorban en una mudanza, no caben en los pequeños pisos donde vivimos, cuántas cajas pueden salir de una sola estantería, no hay donde ponerlos, no vuelvo a comprar uno.

En el supermercado de la cultura, la novela sigue siendo el producto estrella, muy por encima de cualquier otro género literario o de cualquier libro de no ficción, incluidos los manuales de autoayuda. Entendida como un producto de compra-venta, los editores y los libreros la someten a un etiquetado diferenciador para fidelizar al cliente y favorecer el consumo.

Así, en la bandeja de novedades las novelas se clasifican en novela negra, y también en el subgénero de la novela negra de ambiente nórdico; se habla con culpable sexismo de literatura femenina y peor aún de chick-lit; se habla de novela histórica y de novela contrafactual; se habla de la novela testimonial y de novela de autoficción; y ya en el paroxismo también se habla de novela literaria. Como si pudiera ser otra cosa.

Ni siquiera me parece mal del todo, aunque me cause extrañeza. Lejos del romanticismo de otras épocas, los libros existen porque se venden, y se venden mejor si el comprador sabe lo que compra: desnatado, sin lactosa, con azúcar añadido o beneficiosas bacterias. Igual los libros.

Y entre esas etiquetas, hay una de las todos abominan, como si fuera un yogur salado. Los editores procuran esconder el concepto en los textos promocionales, los autores se aprestan a decir que sus novelas "no son exactamente eso". Hablo de la etiqueta de la literatura social, que es lo mismo que decir novela politizada, sermoneadora, aburrida, cansada de sí misma. En mi casa, y casi siempre de madrugada, yo fabrico yogures salados artesanales, a despecho del buen gusto y del mercado.

Es terrible confundirte y comprar la novela que no buscabas. Quince o veinte euros es mucho dinero, demasiado. Mis alumnos de bachillerato no pueden desperdiciarlos, o no quieren gastarlos en eso, que para el caso es lo mismo. Adiestrados en el consumo de la cultura gratuita e inmediata, les resulta primitivo ese gesto descabellado de pisar una librería y comprar un libro. No obstante, a veces lo hacen cuando la novela (y siempre es una novela) les llama a gritos; pero nunca compran al azar, no entran a ciegas y pescan un libro.

Se publican miles de nuevas novelas cada año. Miles, en una biodiversidad literaria inmensa y abrumadora. La novela no se muere, ni faltan lectores ni faltan autores; lectores que serán más o menos constantes y más o menos generosos; y autores que asimilarán esas etiquetas o bien que se rebelarán contra ellas.

Si no eres Baroja, y no lo eres, tardarás uno o dos años en escribir una novela. Es un trabajo intenso, que necesita todas las horas del día para la lectura previa, para la búsqueda del tema, para la documentación, la redacción, la corrección, incluso para la promoción de la novela.

Tantos días, tantas horas de tu vida en las que no saldrás con tus amigos, no jugarás con tus hijos, no verás esa película, no viajarás, no dejarás que el tiempo pase insensiblemente. Tampoco te encerrarás en una cueva a no ser que seas rentista y la cueva tenga todas las comodidades, pero en cualquier caso habrás renunciado en el camino a muchas cosas, o bien habrás dormido muy poco. Pido un poco de respeto para el que escribe una novela, aunque la novela sea un desastre. Piensa que el castigo para ese novelista ruinoso habrá sido tener que soportarse a sí mismo durante tanto tiempo, mucho más que el que tardaste en leer su horrible novela.

El novelista del XXI, además, es pobre. Deberías tenerlo en cuenta. Sólo el éxito, un éxito brutal de treinta o cuarenta mil ejemplares por novela, le concederá una vida digna, sin arrastrarse a la búsqueda de becas en el extranjero, estancias como profesor visitante, jurados, premios, publicaciones exóticas… Hace eones que se extinguieron los escritores ricos, esos nobles paquidermos bien comidos y bien nacidos de la novela burguesa; y también se extinguieron los escritores acorazados en sus anticipos inverosímiles.

Escribir novelas puede ser un oficio, pero está muy lejos de ser una profesión. Si lo fuera, ¿qué tipo de profesión sería? ¿Una profesión a tiempo parcial o a tiempo completo? ¿Por cuenta propia o por cuenta ajena? ¿Y su convenio, y su régimen laboral? Puede que me equivoque, pero no creo que en España haya más de veinte o treinta novelistas profesionales; novelistas que vivan de sus novelas, quiero decir. Probablemente muchos menos.

Marta Sanz dice en No tan incendiario que "es bueno que un escritor coja el metro, compre boquerones y los limpie con sus propias manos, sepa lo que es depender de una nómina o quedarse en paro." La pregunta es quién paga los boquerones, que la última vez que los compré ya estaban a cinco euros el kilo, y aquí, en Cádiz, eso es un robo.

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