Puente de Ureña

Navidades infelices

Me voy a quedar con el villancico de la navidad, porque en su origen era de villas y villanos y de amores y otros lances

Llega la noche más fría. Tan fría como la falta de fe de tanta gente. Como la maldad, la desconfianza y el miedo, trilogía de Reyes agoreros, que viven entre nosotros. La pandemia azota desde los medios de comunicación, alterando la comunicación y la convivencia, y envolviéndonos en una tristeza psicótica. Llueve en estos momentos, llueve sobre la ciudad y sobre los ecos de la soledad, esa materia íntima, que, a veces, no sabemos resolver.

La gente acude a las grandes superficies para consumir y ser consumidas. La política actual lo salpica todo. A lo peor es por su lenguaje apofántico y desconsiderado.

La tristeza es una pared mal construida. Un panal en la memoria con las avispas profundas. Recuerda uno demasiado a los que se fueron. A los que quisimos. Las caras neutras del ayer pasando en nuestras mentes. Sus gestos, sus palabras. Otras gentes se dedican al porculiceo. Que si Cristo no nació en esta época, que fue en el año cinco o seis antes de Cristo, que la iglesia adaptó los cultos solares y a Mitra, a…Los documentales van de la mano de científicos no católicos, lloviendo sobre esa pared.

Malos tiempos para la fe, para la lírica, para casi todo. Al amanecer, cuando es el instante en que los pastores adoran al niño, veo el goterón de Venus sobre el caño del Puente. Alguna nube muerta, algún trozo de tiempo, algún naranja agresivo.

Es tradición que San Francisco de Asís en una cueva cercana a su iglesia, creó el primer nacimiento donde el cuerpo de Cristo se representó con pan y vino. Qué hermosa metáfora, la hostia consagrada era la misa y el misterio de la Natividad. Aunque el papa Benedicto XVI negó la presencia de los animales en el acto del nacimiento. Y el papa éste de ahora, niega la existencia del infierno. Y el purgatorio y el limbo. Un estado de ánimo, dice que es.

Estamos en guerras de religiones, en guerra de ideologías, en disolución de culturas, en abolición de usos y costumbres, en creencias y fe. Y encima la pandemia que los políticos no saben o no quieren gestionar, que es peor, para no perder votos. Y encima llueve. El violeta grisalla de las nubes angosta el ánimo.

Me voy a quedar con el villancico de la navidad, porque en su origen era de villas y villanos y de amores y otros lances. Me quedo con Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Lope de Vega, Góngora, Calderón, quienes escribían nobles villancicos, ya religiosos, para acompañar el nacimiento. El siglo XVII es el más nutrido en villancicos o ensaladillas, jocoso-musicales. Y me leo el Auto del nacimiento de nuestro Señor, de Gómez Manrique y la Fiesta de la Natividad de la Virgen Santísima, de Pedro de Rivadeneira y el Auto de los Reyes Magos de autor desconocido. ¿Por qué leo esto? Porque había fe. Y si algo músico vocal tengo que oír, que sea por la magnífica Coral, Logar de la Puente. Adeste, fideles, Laeti triumphantes, Venite, venite in Bethlehem…

Y quédense estos tiempos con el descuadre en el número de los magos o reyes, con la inconsistencia de fechas, con sí Herodes el grande mató o no mató a los inocentes o si la tumba del Calvario es falsa…Como decía Ananías Galinsoga, mi fe es mía, tan mía como el miedo y no me la podéis quitar.

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