Yo te digo mi verdad

La fiesta familiar del virus

Muchos, dentro de unos días, empezaremos a preguntarnos dónde nos ha pillado este microscópico bicho

Esa mujer de una cierta edad no se lo pensó. A lo lejos, su vista entrenada había divisado cómo la mesa y las sillas blancas monobloc con la marca de una conocida cerveza estampada en el respaldo, en aquella terraza en una calle céntrica isleña, estaban a punto de quedarse libres: la pareja que las ocupaba se estaba levantando. Y, con una agilidad insospechada por sus años, echó a correr. A su marido, que como hombre estaba menos atento a estas cosas y nunca se daba cuenta de nada, sólo le quedó opción a preguntar "¿a dónde vas, chiquilla?". Pero aún no le había dado tiempo a terminar de pronunciar esta frase y ya su mujer, con la plaza tomada, le hacía señas con la mano para que se acercara. La sonrisa de ella era tan grande que se hacía visible en su rostro, pese a la mascarilla que lo cubría.

En medio de los preocupantes rebrotes de coronavirus, la mujer había incumplido todas las normas recomendables, y la camarera, con aire resignado, ni siquiera tuvo tiempo de desinfectar sillas y mesa antes de que fueran ocupadas. La escena es real, y además repetida una y otra vez. Incumplen la mayoría de los clientes, a los que puede el ansia por encontrar un sitio más que el temor a un virus que parece haber desaparecido de nuestras conciencias, e incumplen muchos de los locales: en un chiringuito de la playa de Camposoto, por la tarde, en varias mesas había vasos, platos y restos de lo que parecían consumiciones de horas antes. Nadie inspeccionaba eso, y los responsables del negocio charlaban sentados con las piernas estiradas y mirando el móvil, despreocupados, y nunca mejor dicho.

Y ese es el panorama: la gente no espera a que limpien sus asientos, y el plantel de camareros, considerablemente mermado por los Ertes, no da abasto a desinfectar cada vez que un cliente se levanta. Añádase a esto que nos parece inimaginable aplazar las fiestas de bodas y comuniones (ojo, que las bodas y comuniones pueden ser también íntimas) unos meses o un año. Y muchos, dentro de unos días, empezaremos a preguntarnos dónde nos ha pillado este microscópico bicho que anda de fiesta familiar, él sí, desde hace meses.

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