Recuerdo cuando iba en blablacar. La primera vez me llevó un señor ni joven ni viejo ni todo lo contrario, y me senté donde el copiloto dispuesta a ser la contertulia ideal. El señor tenía una manera muy amplia de gesticular con el brazo derecho: lo levantaba del volante, hacía un arco horizontal de 90 grados, y yo me aplastaba contra el respaldo de mi sillón pensando: ¿realmente me quiere tocar las tetas? Tengo una imaginación tortuosa alimentada por miles de series policiacas. Mis hijos me la afean. Soy muy aprensiva. La segunda vez era una furgoneta de nueve plazas donde viajé de incógnito al fondo del fondo junto a siete jóvenes wasapeadores alienados. Uno busca transporte rápido y barato, no amigos para siempre. Alivio. Uff. La tercera vez la conductora era una chica agradable destinada en Cádiz y sí, bien, pero aquí no hay comercio. Total: que cuando esta chica se volvía a su gran ciudad, con todas las tiendas abiertas, le parecía haber vuelto a la civilización. ¿Volveré a coger un blablacar que me saque de esta selva oscura? ¿Volveré a ver luces y tiendas abiertas y comprar, comprar, comprar? Ahora estoy trabajando en una serie de discursos encomiásticos y me pregunto: pasada la cuarentena, ¿seguirán vivos los homenajeados? ¿y yo? ¿Mereces la pena, vanidad de vanidades y solo vanidad? Menos mal que no soy deportista y que puedo salir a ventilar a mi perro. Hoy he visto a una señora mayor que atrapó por la calle una lagartija y con ternura la acariciaba. Qué agilidad, qué feeling reptiliano. Cuánto me gusta la gente. Cuánta novedad, cuánta sorpresa. La vida en confinamiento invita a fijarse en todo. Hace visible lo invisible. Lo vuelve todo del revés: ¿qué nos importa el señor Tarro de Culataña? Como tengo tiempo, estoy leyendo libros que no leí. Aquí está mi amigo el poeta Manuel Salinas, de Málaga, con su Inacabable alabanza (2019). Qué libro tan bello. Leo el poema "Locus amoenus": "La mayor aventura/ sucede dentro; abre los ojos/ dentro: la vida, su claridad inaceptable,/ una luz resuelta en aromas dentro". Dios mío, creo que no tengo dentro. Leo: "Vendrá/ la vida. Y tendrá tus ojos". Y rezo porque tras la cuarentena sigan ahí los ojos que yo amo. Y que yo pueda verlos con mis ojos.

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