A mí las motos nunca me han gustado. Ni montarme, ni ir de paquete, ni ver las carreras. Así que la motorada, la verdad, ni fu ni fa. Hubo un tiempo en que le tuve bastante coraje, cuando parecía que con la excusa del revulsivo económico que suponía, todo estaba justificado. Quitando esa época de desenfreno, el ruido intermitente de estos días, y los badenes, mi contacto con el ambiente motero tiende al mínimo.

Muchos años, en este empeño de ignorar el evento, he salido de El Puerto. Y siempre, antes y ahora, me han sorprendido los grupos de chavales, de chicos y chicas, y de otros no tan jóvenes, apostados en los puentes de las autovías, apoyados en los pilares, mirando desde más allá de los arcenes. Me cruzo con ellos apenas unos segundos, pero me parece que ellos llevan allí horas.

Ya he dicho que a mí las motos no me gustan, así que no entiendo que puedan disfrutar solo viendo el desfile. Imagino que miran más allá, que ven en esos moteros una promesa de libertad, de vida independiente, de nuevos horizontes. Que observan su sueño, y no el tráfico de la carretera.

Aquí no hay sitio donde apostarse; ese horizonte que otros imaginan no es horizonte, porque estamos en el punto de destino. Por eso no hay chavales con la mirada fija. Hay otros –también jóvenes y no tanto- que tratan de camuflarse, chupa al hombro y casco al codo, aunque solo hayan visto de cerca un vespino. Se sienten moteros por un día, signifique eso lo que signifique. No intento hacer crítica. Lo que cada uno haga o se crea, si no ofende ni daña, bien estará.

Hay otros muchos, y ya no hablo de la motorada, que actúan como si vivieran en la cúspide de la pirámide económica, aunque no hayan visto una nómina de más de mil euros en su vida laboral. Se sienten clase media-alta, signifique eso lo que signifique. Y aquí tampoco hay crítica, solo hay asombro. Porque cuando se indignan porque se creen agraviados por una subida de impuestos que afectará a quienes reciben salarios anuales de más de 130.00 euros, creo que se han pasado en el autoengaño.

Los del casco al codo, al menos, no olvidan que llegaron en vespino.

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