Poco que comentar respecto al Glorioso nos cabe en este verano de incendios y olas de calor insoportables. Da pena ver a pobre gente perder las casas que con sudorosas hipotecas han podido levantar. Leer los medios de comunicación o verlo en la tele es cosa que me deprime altamente; tanto que a veces ni leo ni veo la "caja tonta" como decían los pobres progres y vainas hace cincuenta años. Los mismos que, si aún están vivos, se han comprado la tele más grande del mundo y todos los chismes electrónicos que aún atontan más. En el dentista, o sea, el callista de la boca, en el cardiólogo, o sea, el fontanero del cuerpo o, en cualquier otra consulta, ya nadie habla, los autistas allí presentes (de cuerpo presente y de inteligencia ausente), no te contestan al educado "Buenos días" de rigor al entrar en ese paralelepípedo mezcla de estulticia y sordera en que se han convertido aquellos lugares en los que otrora una amistosa conversación hacía más llevadera la interior angustia ante las nada reconfortantes noticias que a poco se oirían apenas se traspasara la puerta de los horrores, desde donde una chica mona medio chillaba: "don Manuel Amaya" y tú te levantabas y te dirigías al museo de los horrores con un "Hola, doctor, ¿cómo está usted?"

Poco que comentar del Glorioso, "decíamos ayer", pues quitando al extremito canijo del continente australiano y al veterano Zaldúa… Un buen amigo me escribe: "El Miarma hará al final un fichaje de esos de vuelta para tapar bocas. Ya viste la que se ha liado con lo del Trofeo Carranza". Todos los débiles se refuerzan. El Getafe no para. Y el resto. Y nosotros esperando que haya tres peores al final y se vuelva a aparecer el Altísimo en el Tabor de Vitoria. Con esta plantilla auguro, y me duele el alma -amarilla, claro- el descenso. "Automáticamente", como diría Camarón si aún estuviera entre nosotros.

Hablando de Camarón, estuvimos el otro día en el Museo del genio de la Isla y del cante Enrique Montiel, Arcadi Espada y este servidor de Dios y de usted, como me enseñaron -probablemente- las monjas de San Martín, en la plazuela más bella de Cádiz, la de la Casa del Almirante. Qué bellezón barroco y rosa.

A Arcadi Espada se le caía la baba viendo "cositas" de José Monje: la libretilla donde apuntaba lo que había que pagar a Hacienda o adónde actuaba, si en Nueva York o en la Venta Vargas, como si fueran cosas iguales.

Al salir del templo del Monarca, Arcadi dijo dos cosas: una: "Qué luz tenéis aquí" y otra: "¿Esto quién lo dirige?" "No, no hay director", respondió Enrique. Y Arcadi, traje clarito y camisa blanca cara, en medio de un asombro como el que produce que aún tengamos guerras en Europa, casi clamó: "¿Y qué espera el Ayuntamiento de la Isla para nombrarte director de esta preciosidad a ti, que eres el que más sabe del Monstruo? Yo postulo a Enrique Montiel, primer director del Museo Camarón". Y yo.

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