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Análisis

José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

La Misión del Señor

Esta misión no puede pasar a la historia como un bello recuerdo sin apenas incidencia transformadora en las personas y en las estructuras

El Gran Poder en el traslado de este viernes.

El Gran Poder en el traslado de este viernes. / Juan Carlos Muñoz

Con ocasión del 400 aniversario de la hechura de la talla del Señor del Gran Poder nació la idea de realizar una Santa Misión de tres semanas en la periferia de Sevilla, más concretamente en Tres Barrios-Amate. Comenzó el día 16 de octubre y se ha desarrollado en las parroquias de la Blanca Paloma, Nuestra Señora de la Candelaria y Santa Teresa, hasta hoy, 6 de noviembre, en que Nuestro Padre Jesús del Gran Poder regresará a su basílica. La Misión de Jesús es cumplir la voluntad del Padre, llevar a cabo la obra de la salvación de los hombres. El Padre quiere que todos crean en el Hijo y obtengan así la vida eterna: “Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna” (Jn 6, 40).

Quien ha visto a Cristo, ha visto al Padre, porque Dios nos ha manifestado su rostro, se ha hecho visible en Jesucristo. En la historia de la humanidad está muy presente la búsqueda del rostro de Dios, el deseo de ver a Dios. Pues bien, Dios ha salido al encuentro del ser humano, se ha revelado a lo largo de la Historia de la Salvación, se ha dado a conocer a sí mismo. Esa historia culmina en Jesucristo, el Hijo eterno de Dios que se ha encarnado y nos ofrece el rostro de Jesús. Él inaugura de un modo nuevo la presencia de Dios en la historia, y nos muestra el rostro de Dios. Es el Salvador, es el Camino, la Verdad y la Vida, es la respuesta a los grandes interrogantes y aspiraciones del hombre.

Contemplamos la talla incomparable de Juan de Mesa, la representación más sublime de Jesucristo, verdadero Dios y hombre verdadero. Nos preguntamos cuál es la esencia de su mensaje, qué nos está diciendo en esta misión evangelizadora por las calles, por las plazas, por los barrios de Sevilla. Él nos responde que quiere una conversión profunda de nuestra vida, de nuestro corazón, un cambio radical en los modos de pensar y hacer, en el individuo y en la comunidad, en lo espiritual y lo material, en lo interior y lo exterior. Nos dice que el mundo entero ha de ser renovado para que en una sociedad que se rige habitualmente por el ansia de riqueza y de poder, se construya su Reino de verdad, de amor, de paz, de justicia, de fraternidad.

Él nos llama a colaborar en la construcción de su Reino aquí en la tierra, a trabajar por el desarrollo de cada persona y de toda la humanidad, con valentía y generosidad, para alcanzar la justicia y la paz tanto en los ámbitos más pequeños y cercanos de la familia, los amigos, el trabajo o el barrio, como también en las relaciones políticas, económicas y sociales entre las naciones. En mi primera semana como pastor diocesano visité algunos de los barrios más pobres de Sevilla y pude comprobar que se lleva a cabo un trabajo extraordinario por parte de muchas entidades, unas de Iglesia y otras laicas. Un trabajo que se debe agradecer y apoyar.

Quedan lejos los planteamientos benéfico-asistenciales de antaño. Se trata de acoger, ayudar y acompañar a las personas en situación de pobreza, y promocionarlas para que lleguen a ser protagonistas de su propio desarrollo. No se puede caer en la tentación de la resignación o el conformismo. Hay que continuar el camino recorrido, y mejorarlo en todo lo posible. Sabemos que lo más inmediato es la asistencia en situaciones de necesidad urgente, y dedicar recursos a la prevención de las situaciones de pobreza o exclusión; sabemos que lo más importante es la formación y capacitación personal, encaminadas a la integración social; y, por último, que es preciso mantener la sensibilización y denuncia de las situaciones de injusticia, así como la promoción del compromiso solidario. Un camino largo y difícil en el que las diferentes Administraciones han de jugar un papel fundamental e insustituible.

Tal vez esto suene a discurso repetido, a buenas intenciones ante una misión imposible, en definitiva, un brindis al sol. Ahora bien, estamos todos de acuerdo en que esta misión no puede pasar a la historia como un bello recuerdo sin apenas incidencia transformadora en las personas y en las estructuras. Por eso invito a todos a dejarse mirar fijamente a los ojos por el Jesús del Gran Poder. Su presencia en los traslados y la misión en los barrios han trascendido a Sevilla entera. Su mirada nos llama a situarnos ante Él, a preguntarnos cómo está nuestra vida. Es una invitación a contemplar su rostro, que es todo amor y misericordia. Él camina con paso firme, con zancada larga hacia el Calvario, para dar su vida en la cruz por la salvación de todos.

Es un buen momento para revisar nuestra vida, qué hemos hecho hasta hoy por Él y por los hermanos más necesitados, y, sobre todo, qué estamos dispuestos a hacer a partir de ahora. Porque el Señor del Gran Poder vuelve a su basílica, pero se queda en los barrios, en todos los barrios de la ciudad, y en el centro, porque, por encima de todo, se queda en nuestros corazones, para dar frutos de fe y espiritualidad, para dar frutos de amor y solidaridad.

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