Playa de La Puntilla. Amanecida cualquiera del verano (de la primavera o del otoño). Inigualable marco de mi niñez, hoy escenario del braceo constante, vitalista y necesario de Javier Morata.

Cada mañana, a eso de las doce, un Quad rojo se desliza por la arena. Mercedes y Javier (Javier y Mercedes) preconizan en silencio lo que durante años han ido tejiendo y elaborando: la fuerza de la voluntad. La que Einstein bautizase como la fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad o la energía atómica.

Hace más de dos décadas un desafortunado accidente de tráfico dejo a Javier en silla de ruedas. Así, de repente. Tras duros años asimilando lo que no cabe en cabeza humana, manos a la obra. Fue pura lucha. Siguió la doctrina de la primera mujer Nobel, Marie Curie, que tras superar obstáculos y arriesgar su salud con tal de no renunciar a su pasión investigadora, llegó a decir que nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Es hora de comprender más, para temer menos.

Mercedes, su compañera de toda la vida -en esas interminables noches invernales- echaba mano (imagino) de Mario Benedetti y repetía: "No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda, y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños. Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque cada día es un comienzo nuevo, porque esta es la hora y el mejor momento, porque no estás solo, ¡porque yo te quiero!"

Javier, hace un par de veranos, tras nadar un buen rato de espaldas en la profundidad, me dijiste algo que recuerdo: "Nadando soy feliz. Aquí todos somos iguales. No necesito tener pies". En tu mente, seguro que Platón: "de noche, especialmente, es hermoso creer en la luz".

En la playa de La Puntilla, vuestro coraje (como nuestro levante), acapara, acompaña y ayuda a seguir viviendo. Gracias por vuestra integridad y por vuestro ejemplo.

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