José Martí, al que en Cuba donde vivo se le llama el Apóstol de la Independencia, cumplió 167 años ayer, 28 de enero. En España solemos celebrar aniversarios cuando terminan en cero o en cinco pero en Cuba hay acontecimientos que se celebran todos los años. Así, el nacimiento de Martí; al igual que su muerte, el 19 de mayo de 1895.

Aplaudo esta práctica de celebraciones frecuentes porque me permite acercarme, cada poco tiempo, a un hombre único, de grandeza casi imposible de imaginar. A él se le puede aplicar lo que escribió, pensando en otros, en La Edad de Oro: "En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados".

Con 18 años desembarcó Martí en Cádiz a fines de enero de 1871 en calidad de desterrado. A pesar de su edad ya había sido condenado por defender la independencia de Cuba. Cuba y su libertad serían la razón de ser de su vida. Adulto ya, en medio de una conversación dejaba escapar con frecuencia profundos suspiros. Al preguntarle la causa, respondía: "Nada, cosas íntimas. Cosas de Cuba", y volvía a la conversación. Y estando enfermo: "Doctor, cúreme pronto. Tengo un compromiso con la patria".

Hablando del Martí conversador, y dado que escribo para Cádiz, quisiera recordar las palabras de Rubén Darío: "Nunca he encontrado, ni en Castelar mismo, un conversador tan admirable".

"Cultivo una rosa blanca/ en julio como en enero/ para el amigo sincero/ que me da su mano franca./Y para el cruel que me arranca/ el corazón con que vivo/ cardo ni ortiga cultivo,/ cultivo una rosa blanca".

Así es Martí. ¡Felicidades, Maestro! ¡Y feliz Cuba por tener un hijo así!