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Análisis

Montiel de arnáiz

Maradona

Nunca fue uno de mis futbolistas favoritos; cuando niño yo prefería a Camacho o Arconada

Ha muerto Diego Armando Maradona, él también, este 2020. De un infarto, como el padre de mi amigo Juan Alberto. Y lo ha hecho el día contra la Violencia de género, además. Un 25 de noviembre. Reconozco que nunca fue Maradona uno de mis futbolistas favoritos, quizá por ser argentino, o por jugar en el Nápoles; puede que por su estilo de vida, por sus maneras y formas. Por su decadencia. Sí, Diego Armando tenía derecho a ser decadente, como todos, eso no se lo niego, pero cuando niño yo prefería a Camacho o Arconada, héroes de cromo y hueso.

De mi infancia más tierna me llegan a la memoria ráfagas de juventud, la de mis padres y la de dos jugadores que, a principios de los ochenta, eran absolutamente imprescindibles para el fútbol mundial: Karl-Heinz Rummenigge y Diego Armando Maradona, Alemania y Argentina. Dos naciones enlazadas, con tantos alemanes en Argentina como argentinos en alemanas. Yo era un querubín que quería y no podía saber de fútbol, escondido, a oscuras, en mi dormitorio, disfrutando el España-Malta en un diminuto televisor naranja que emitía en blanco y negro. Recién salido del osito Misha, como quien dice. No vi el partido de la "mano de Dios" ni muchos otros tampoco: en aquella época prefería leer todo lo que caía en mis manos y cantar con Dartacán y los tres Mosqueperros. Mea culpa (levanto la mano). Eso sí, siempre me ha sorprendido que se glorificara aquella infracción y que el periodismo trilero-deportivo siga bendiciendo hoy día aquella pillería tramposa, un dulce ardid de chavea venido a más, ese legendario insulto al fair play que debía y debe imperar en los deportes de equipo.

Me causa mucha más pena el ahogamiento de los jóvenes marroquíes cuya patera naufragó a dos metros de una orilla de España que la muerte de un ex futbolista, ídolo de masas, lo reconozco. No me alegro de que haya muerto Maradona, por supuesto, pero hay que contextualizar: no inventó una vacuna, ni curó el cáncer, sólo nos entretuvo, rellenó los huecos de cada cual, convirtió, quizás, un deporte en arte, tomó el relevo de Pelé antes de cederlo a Mágico. Siento que falto el respeto a la memoria de esos jóvenes que querían cruzar los mares para llegar a nuestra tierra, un país intrínsecamente pandémico cuyos gobernantes no creen en él sino en el federalismo o la disgregación, que desean aprobar a toda costa sus presupuestos aunque tengan que regalar la Alhama de Granada a Boabdil y a su puñetera madre.

Descansa en paz, Maradona. Por supuesto. Como tantos otros héroes o villanos anónimos que caen cada día por un virus extraño. Los que aquí quedamos nos levantaremos al alba e iremos a buscarnos panes y habichuelas a las peligrosas calles de la vida. Ya descansó, como decimos aquí. El Pelusa está ahora en un lugar mejor. Puede ser. Quiero pensar. Esperemos.

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