Análisis

Paco Carrillo

Mantón de Manila

Cuántos puestos de trabajo podían haberse creado con los 150 millones de la campaña

Ya sabe, esa prenda vistosa que ni cubre ni abriga y que tiene muchos flecos. -Oiga, señor mío, ¿está usted definiendo la forma de gobernar de Sánchez? -No. Y si lo pregunta con mala intención, creo -y usted perdone- que padece de politicosis perniciosa, cuyo único tratamiento consiste apartarse de la manada y en respetarse a sí mismo.

Debo aclarar el porqué en esta ocasión escribo sobre política, con el asco que le tengo. Lo hago forzado después del repugnante abrazo de los virtuosos, egregios y beneméritos líderes, bajancias hasta dos minutos antes. Perdón, aclaro a mis lectores allende la provincia de Cádiz lo que significa bajancia. Pedro Payán Sotomayor, ilustre filólogo de la tierra, lo interpreta como: "El que resulta humillado o perdedor con relación al otro. Con quien se está enfadado". Bien, y a lo que íbamos, a lo del abrazo entre bajancias capaces de bajarse los pantalones hasta los tobillos con tal de seguir en su castillo con derecho a pernada despreciando a todos.

No se ha podido ver si se besaron o no, costumbre usual entre gitanos y progresistas como Iglesias, besucón por naturaleza. ¿Recuerda aquel beso a tornillo entre él y Errejón en Vistalegre II? ¿Y el que dio a Xavier Domènech en plena sala del Congreso? Tampoco se sabe si la emoción les impidió susurrarse algo al oído. Lo más natural es que al menos se dijeran "No es No o Sí es Sí; lo que digas, cariño". Quién sabe si en ese trance, con la mente puesta en el bienestar de los españoles, se les olvidó hasta de recordarle a sus partidarios que limpiaran la mierda de sus conciencias o se quedaron tan sobrecogidos como los espectadores ante las auroras boreales.

Aún es pronto para saber por cuántas sedes desflecadas, camastronas y separatistas tendrán que pasar el platillo estos dos artistas. Quiero decir que esta izquierda radical va a necesitar prendas más contundentes que el mantón de Manila, por muchos flecos que éste lleve. Tendrán que ver cómo visten al muerto para que no se parezca a la momia de Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin, padre del comunismo más canalla, al que, de momento, se tiende bolivarianamente ante el estupor de los votantes y el terror de los mercados.

Optar solapadamente por el venezuelismo o el nicaragüismo que se adivina en lontananza, y defender que todo lo que esté fuera de ese esquema es facherío, parece tan ridículo y tan grave como considerar que no existe el sentido común en el ciudadano ni que prefiera pensar por sí mismo, y que a estas alturas tenga que admitir que la libertad no es un derecho sino una gracia otorgada por los que manejan el cotarro; o sea, los que en mutuo beneficio se abrazan aunque se odien.

No sé cuántos puestos de trabajo podían haberse creado con los 150 millones de euros que ha costado esta campaña, ni se sabe cuánto costará al ciudadano de a pie el aumento de los impuestos que anuncian. La realidad es que el mantón de Manila se convertirá en harapos para la mayoría.

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