Análisis

Guillermo Alonso Del Real

Malos tiempos para la épica

Y cuándo fueron buenos? Casi nunca, pero sí muy útiles como elemento de propaganda a favor de esto o en contra de aquello. Todavía conservo un raro ejemplar de "Poesía heroica del Imperio". Es un libro prologado y por Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco, aparecido en "Ediciones jerarquía", de la Editora Nacional… En Barcelona 1940. Vaya, precisamente en Barcelona. La antología, realizada por los prologuistas, contiene versos de Garcilaso, fray Luis, Virues, Herrera, Medrano, Cervantes…

En esto de la propaganda política se aprovecha todo, como en las matanzas, en las que alguna de esta poesía se esmera mucho; pero se trata de matanzas de personas, no de cochinos. "Por el cobdo ayuso la sangre destellando" (poema de Mio Cid). La poesía épica es casi siempre muy violenta, lo que no impide que con cierta frecuencia logre altos niveles estéticos. Pero eso ocurre en ciertas ocasiones, porque cuando la épica alcanza sus niveles más ramplones y pedestres, suele resultar penosamente grotesca.

La épica exige un falseamiento de la historia, una distorsión interesada, sea de modo más o menos ingenuo, sea interesado con absoluto descaro. El Poema del Cid al que aludía antes, es una preciosidad, lo leo y lo releo con gusto. Sin embargo, estudios ya no tan recientes sobre su contenido demuestran que la fidelidad histórica de la magistral obra es prácticamente nula; tan nula como la del caballo y el halcón como precio de la independencia castellana a cargo del Conde Fernán González.

Y es que la épica es siempre nacional, por no decir nacionalista, hasta llegar en ocasiones al supremacismo, uno de los fenómenos más grotescos y más peligrosos que registra la historia. La épica helénica, tan admirable, consagra a los "aristoi", los seres superiores, cuyo paradigma es el héroe, semidivino por naturaleza. Se exalta a una clase dominante en unas sociedades altamente jerarquizadas y, en consecuencia, opresivas, con sus esclavos, sus periégetas y sus metecos. Propaganda.

Ese nacionalismo también aparece en La Eneida, que fabula sobre los orígenes de Roma haciendo gala de una portentosa imaginación, que incluye elementos mágicos. El peligroso majadero Benito Mussolini recuperó los fascios y otros elementos de la Roma épica para justificar la ominosa opresión del pueblo italiano bajo capa de épico heroísmo, aunque le salió, sabido es, un pan como unas tortas. Del mismo modo que el indeseable Adolf Hittler, con el inapreciable apoyo de Joseph Goebbels, se montó una malévola leyenda supremacista, echando mano a las antiguas leyendas germánicas. Goebbels dio con unas claves excelentes para el engaño colectivo, con ideas tan brillantes como la que sigue: "Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque."

Es decir: mis problemas vienen causados por otro, nunca por mis propios errores. ¿Nos suena de algo?

La épica en lo cotidiano es enormemente fastidiosa y normalmente ridícula. Algunas expresiones del famoso don Sabino Arana son el culmen de esa dimensión grotesca del nacionalismo: "La fisonomía del bizkaino es inteligente y noble; la del español, inexpresiva y adusta…. El bizkaino es de andar apuesto y varonil; el español, o no sabe andar (ejemplo, los quintos) o si es apuesto es tipo femenil (ejemplo, el torero). Conocí hace poco un artículo de un nacionalista catalán contemporáneo, que se ponía poco menos que lombrosiano al definir los parentescos étnicos de catalanes y "españoles", tal vez sin caer en cuenta de que la sociedad catalana contemporánea dispone de un enriquecedor componente "charnego", de origen murciano, andaluz, altoaragonés y todos los etcéteras que se quieran añadir.

Las víctimas de la propaganda épica son de lo más variadas. El infeliz campesino Johan Moritz, protagonista de la imprescindible novela "La hora 25", de Constant Virgil Gheorgiu, es un ejemplo importante. Es utilizado miserablemente por la propaganda nazi y posteriormente estigmatizado por ello.

"Mártires de la lealtad, que, del honor al arrullo, fuisteis de la patria orgullo…" Dice Bernardo López García en su "Oda al mes de mayo". Y es que una épica sin sus mártires correspondientes no es propiamente una épica. Y, si los mártires no existen, pues se inventan, o se mitifica a un sujeto cualquiera. El victimismo es imprescindible para cualquier exaltación nacional. Los mártires de don Bernardo eran mártires españoles, pero usted puede disponer de mártir propio, y lo puede reclamar para su "patria" sin desdoro alguno, siempre que haya obtenido un suficiente margen de credulidad entre sus conciudadanos. Ocurre, sin embargo, que muchas de estas personas que "dieron la vida o la libertad por la Patria", a lo mejor no estaban demasiado conformes con su heroica inmolación, y preferirían seguir vivos y coleando, en lugar de recibir una corona de laurel en el Día de la Fiesta Nacional.

Estas fechas de competencia de banderas, de mueras y de vivas, no hacen sino acrecer mi natural escepticismo sobre la épica y los nacionalismo. Incluso me ponen bastante triste.

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