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Análisis

José Antonio Ortega Romero

Macetas y humo en el plato

No pocos madrileños asiduos al veraneo gaditano proclaman a su vuelta de vacaciones la célebre frase "lo bien que se come en Cádiz". No les falta razón, pero para ponerlo en contexto sería adecuado exponer una tendencia que se está extendiendo en Madrid y que peligrosamente está empezando a colonizar espacios gastronómicos tradicionales de otras zonas de España. El gusto por el postureo en la cocina, por aparentar más que disfrutar, es una de las principales amenazas para el buen comer.

Restaurantes diseñados para Instagram, pero absolutamente incómodos para degustar un plato. Con presentaciones vistosas con una calidad del producto en entredicho, o al menos no a la altura de la factura final. Una ensalada con atún y tomate no deja de ser una ensalada mixta por mucho que el camarero, guapo o guapa de turno, te corte la lechuga desde una maceta a tu plato.

No faltarán en la carta el tradicional tataki o tartar de atún rojo remolacha a precio de salvaje de almadraba. Normal que cuando el madrileño pisa Barbate crea que tiene a sus pies la tierra prometida.

No se entienda mi crítica como una negación de la cocina de vanguardia. No hay más que mirar al más que posible Tres Estrellas Michelín que tendremos en El Puerto, quien representa la evolución de la cocina con sentido y valor. El madrileño lo que realmente sufre es el "querer y no poder" de un estilo de restaurante en el que se prima la decoración, la ambientación y el uniforme "casual" de su personal antes que la elaboración, el gusto o la calidad del producto.

Cádiz es para los madrileños su forma de redimir las penas de todo el año pagando 50 euros por menús que no valen ni 20. Cierto es que el abanico de posibilidades gastronómicas y tipos de cocina es infinito en Madrid. Pero a veces, encontrar buenas opciones para comer es como buscar una aguja en un pajar.

Creo que cada región debe mantener su idiosincrasia y huir de este modelo de negocio que utiliza la comida como libro de autoayuda. Pura superficialidad barata. Humo como el que sale de las campanas de pescados ahumados, al puro estilo MasterChef.

Esperemos que nunca consigan invadirnos y los madrileños puedan seguir diciendo durante muchos años más la bonita frase "lo bien que se come en Cádiz".

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