A veces me pregunto si nuestra ciudad, a la que tanto quiero y a la que nunca maltrataré ni en público ni en privado, lo diga quien lo diga y lo escriba quien lo escriba, a veces, decía, parece que la realidad que vivimos y descubrimos en el día a día porteño nos la estén manipulando desde el orto hasta el ocaso. Realidad que algunos se empeñan en hacernos ver que no es la buena, fabricándonos incluso la duda de nuestra propia percepción, juicio o memoria.

Determinados personajes que trasiegan por nuestras calles como pollos sin cabezas, pretenden incrustarse entre las rendijas de nuestra milenaria historia queriendo suplantar con sus mojigangas el cosmopolitismo de una ciudad como El Puerto de Santa María. Si se les critica por algún mal paso que hayan podido dar, saltan como gusarapos ofendiditos parapetándose detrás del escudo de la ciudad como si fuesen los pifaneros del castillo de don Nuño Manso de Jarama, de los Manso de toda la vida.

Puede parecer que se quiera volver a la época de las velas y los quinqués donde, el Sol nos iluminaba el día en un Puerto diurno que se apagaba con la llegada de la noche. Pero no, no es eso, la luz de gas de la que hablo no es la que se empezó a investigar en Cádiz para obtener efluvios manufacturados que, con el paso del tiempo consiguió llevar la claridad a todo un país. La luz de la que hablo es la que desde la segunda mitad del siglo XX se usa coloquialmente en psicología clínica para describir los esfuerzos realizados por personas para manipular el sentido de la realidad de otras personas.

En este caso yo lo aplico a nuestra ciudad. Y me explico. Llevamos años escuchando cantos de sirenas y promesas de todos los colores en las que se nos ha vendido a priori, absolutamente de todo con tal de sentarse en los sillones donde se pueden hacer realidad esas promesas. Si somos honestos y miramos para atrás, el desencanto a nivel general es unánime. Cierto es que hay que dejar tiempo para que las obras fragüen, pero ni aún así hemos tenido la suerte de cara. Lo bien hecho quede a beneficio de inventario y debe reconocerse, pero me temo que la luz de gas nos envuelve y confunde entre las sombras de la noche. Piénsenlo.

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