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Análisis

Juan Carlos Rodríguez

Luis Cernuda y las Misiones Pedagógicas

Luis Cernuda estuvo en Chiclana en el verano de 1934. Dos días antes, nada más llegar al muelle de Sancti Petri, anota en un bloc a modo de diario: "La cabeza gigantesca de Hércules en el fondo del mar. Luz difusa y movible; la cabeza con sus inmensos ojos ciegos y el pelo en bucles, acechando allí. El pescador que sube a la tierra un brazo de la estatua y habla de lo que vio en el fondo del mar. El templo de Hércules que existió en aquel paraje. Tierra y mar gaditanos. Soledad". Aquí comenzó a escribir también un poema el 30 de agosto, "El pequeño molino de viento", que deja inacabado. En aquella época, Cernuda, a punto de cumplir 32 años, era el encargado del Programa de Establecimientos de Bibliotecas de las Misiones Pedagógicas, fundadas por la II República en 1931 y uno de los impulsores en Andalucía del proyecto de Manuel Bartolomé Cossío. Llegó en barco, sin duda desde Moguer. En la travesía firma -como Ludwig- un ejemplar de la "Poesía Española", la antología de Gerardo Diego dedicada a los poetas contemporáneos, en la que aparece el propio Cernuda, y que fecha así: "25 de agosto 1934, de Moguer a Chiclana".

En Chiclana permanece desde ese 25 de agosto en el que desembarca hasta al menos el 31, solo está ausente durante una breve visita a Cádiz -"minuciosa profusión blanca de torrecillas, de terrazas, cercadas por el agua"-, en donde visita el día 29 el entonces Museo de Bellas Artes: "Vistos en el museo los cuadros de Zurbarán y el retrato familiar de Bécquer por su hermano Valeriano. Atmósfera penetrante; inolvidable intimidad". En su cuaderno no anota nada hasta el 4 de septiembre, solo para reseñar que ya está en Medina Sidonia. Aquella estancia en Chiclana tuvo que ver, realmente, con el "Museo del Pueblo", según Nigel Dennis, el proyecto itinerante que las Misiones Pedagógicas que concibió Cossío para "todas aquellas gentes humildes, que viven en las aldeas más apartadas, que no han salido de ellas o han salido solo a las cabezas de partido, donde no hay Museos; que si han visto alguna estampa, no han visto nunca verdaderos cuadros; no conocen ninguna pintura de los grandes artistas".

A Cernuda, siempre entre "La realidad y el deseo", le acompañaba en aquella expedición el pintor Ramón Gaya. "He sido amigo de Cernuda y de su perro fantasma -escribió por entonces-. El fantasma he podido comprobar que es su propia vida, la vida que le acompaña, la vida que no se funde con él jamás. Por eso Cernuda es hoy todavía como un niño. Porque su vida le ha sido robada, alguien o algo gasta al lado suyo la vida que le pertenece, y él, Luis Cernuda, sigue intacto en su jardín". Esa instancia de un Cernuda en Chiclana -de la que realmente se sabe muy poco de cómo transcurrió- ha sido fabulada por la escritora y periodista Marina Casado (Madrid, 1989) en un relato, "Goya y la muerte" (Ayuntamiento de Mieres), ganador del XV Certamen de Relato Corto Eugenio Carbajal (2016).

"Es un drama ambientado en los años treinta, en una visita de las Misiones Pedagógicas de la II República al pueblo gaditano de Chiclana de la Frontera -explica la propia autora-. Me documenté acerca de este viaje, en el que participaron el poeta Luis Cernuda y el pintor Ramón Gaya". Casado, habitual en los veranos de Conil y Chiclana, añade: "El relato está escrito desde la perspectiva de Cristóbal, un niño de doce años hijo de pescadores, que comprende el sentido del arte en uno de los momentos más trágicos de su corta existencia. El inicio de la Guerra Civil pone un broche de sombra a su infancia".

Solo ahora he podido leerlo. "Cristóbal nunca entendió el arte hasta el día en que iban a asesinar a su padre. Ocurrió de forma súbita, como todas las revelaciones. Aquella resulto´ particularmente monstruosa y, después de ella, nada fue igual", comienza. Aquella revelación, aquella muerte y aquella guerra, tiene escenario Chiclana, y el personaje, el niño que Cristóbal va a dejar de ser, rememora frente a aquella ejecución un cuadro de Goya, "Los fusilamientos de la Moncloa, o el 3 de mayo de 1808".

Ahí están Luis Cernuda y Ramón Gaya, mostrando dos años antes a pequeños y mayores una copia del célebre lienzo del Museo del Prado. Marina Casado imagina al poeta y al pintor ese agosto de 1934. "De las seis personas que habían bajado de las furgonetas, solo una de ellos parecía menos convencional -describe el relato-. Era un hombre muy delgado que tenía un bigotillo cursi y un traje con una pajarita que parecía más elegante que los que se ponía don Manuel en las fiestas del pueblo. Había otro que tenía las cejas muy profundas, como si estuviera enfadado todo el tiempo, pero enseguida se puso a hablar con los niños y demostró que en realidad era muy simpático. También había una mujer que cogió en brazos a su hermana y le preguntó por su nombre y le dijo que ella se llamaba igual". Es María Zambrano, aunque no está claro si la escritora acompañó a Cernuda y a Gaya en aquella estancia en Chiclana de las Misiones Pedagógicas, de Goya, de Velázquez.

Antes, dos años antes, de que todo -de que Chiclana misma- quede en silencio.

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