Nada es blanco o negro, nada puede ser lo que parece, y mucho menos, todo es del color con lo que miramos cada cosa. Noviembre va alejándose, o simplemente pasado casi de puntillas por nuestras vidas. Va recorriendo un camino lleno de negras sombras.

Algunos piensan que es mejor un preconfinamiento para salvar una Navidad en donde la pandemia estará presente. Nadie tiene ya dudas de la importancia, gravedad y seriedad de un problema que no es solo nuestro, y si hace meses la veíamos lejana, ahora se asienta entre todos nosotros, pues ya ha rozado, directa o indirectamente a todos, hoy pocos son los que puedan decir que no conocen a nadie que haya sufrido el azote de esta pandemia.

Pero, sobre todo, con la escasa o nula experiencia de una pandemia reciente, hemos aprendido a ser prudentes, cautos, no todos, pero si la mayoría. Pocos son los que cuestionan las normas, y todos aceptamos acatar las impopulares normas. Aquellos que usaban la pandemia como arma arrojadiza contra el rival van callando.

Por poner un ejemplo, pocos critican ya el uso de las luces navideñas, porque han visto que al fin y al cabo son muchas las familias que también viven de eso. Son momentos difíciles, en los que las sombras aun son demasiadas, en las que poco a poco, pasamos del todo vale al respeto hacia algo que no podemos controlar.

La pandemia sigue su avance, destrozando ilusiones, navidades, encuentros, y una vida cómoda a la que todos estábamos acostumbrados. Son tiempos de aguantar y demostrar, de sopesar y demostrarnos que no todo es del color con lo que lo miramos todo. Ojalá pasen las olas y recobremos esa normalidad acogedora.

Ojalá saquemos fuerzas de donde aún las haya para adecuarnos a la situación sin desesperar. Al fin y al cabo, no hay sombra sin luz ni luz que no deje sombra. Tan solo es cuestión de aprender a colocarnos en función de lo que queramos de esta vida.

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