En los tiempos que corren la autocomplacencia, la vanidad y la desconfianza se han hecho fuertes. Cuanto más ignorante es una persona, más desprecia lo que no conoce, menos necesita contrastar la información, más dispuesta está a dejarse llevar por bulos y habladurías. El ignorante se cree inmune y ha decidido que lo del bichito, con él, no va. Por eso se pasea con la mascarilla por debajo de la nariz y se para a charlar con sus conocidos sacando pecho. No es cuestión de valentía, no. No es lo bastante audaz como para no llevarla y tener que enfrentarse a la policía. El miedo a una multa es lo único que le frena, así que usa la mascarilla como quitamultas. La llevará sobre la barbilla, lista para ser subida cuando la situación lo requiera, como los vendedores del top manta que tiran de sus cordeles y recogen su mercancía en las calles comerciales de las ciudades cuando les avisan del peligro. No sé si lo siguen haciendo, hace tiempo que no salgo de El Puerto. Entendí que estaba prohibido, que entre todos frenaríamos el virus si nos quedábamos en casa. Yo lo he hecho y sé que mucha gente también, pero no he dejado de escuchar todo tipo de triquiñuelas para saltarse el cierre perimetral. Como siempre, los que respetamos la norma somos unos crédulos, ilusos, confiados…

Dicen que este puente era un test para comprobar si se pueden reducir las limitaciones y así “salvar la Navidad”, que se verá en 15 días. No sé si ha influido la coincidencia de los días festivos con las noticias que hablaban de menor incidencia de contagios, si los datos ligeramente mejores han disminuido la sensación de riesgo, pero lo cierto es que hemos visto imágenes que mostraban saturaciones en el centro de las ciudades, en los lugares de ocio… Colas de horas para entrar en centros comerciales, precisamente en los más grandes, los que no necesitan de nuestro heroísmo para salvarse.

Ojalá me equivoque, pero me parece que, por mucho que unos cuantos sacrifiquemos el encuentro con familiares y amigos para protegerlos y protegernos, no vamos a salvar nada. En enero, la cuesta será más dura que nunca cuando nos arrepintamos de haberlo jugado todo a la lotería de la salud.

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