Puente de Ureña

Literatura año Berenguer

En la Isla está pasando. Libros que aportan menos a la literatura o a la investigación que a la vanidad personal o a la soberbia de autor

Ignoro cuántos millones de páginas se han publicado sobre narratología, y cuántas poéticas agotan con teorías, lo que no pueden defender sus autores como escritores. Recuerdo que en los años setenta la novela eclosionó en aquello que se dio en llamar narrativa andaluza, la narraluza, que distinguió a autores de la talla de Caballero Bonald, Alfonso Grosso, Luis Berenguer, Manuel Barrios, José María Vaz de Soto, Ortiz de Lanzagorta, José María Requena… y que cambió seriamente la forma de novelar.

Se impuso la anulación del narrador omnisciente. Igual que en la realidad, el personaje tal no podía conocer el nombre del personaje cual, si no se lo presentaban o alguien lo llamaba por el nombre, o salía en un periódico, (narrador interino, lo llamarían más tarde) y, por tanto -por ende-, decíamos, entonces, no podíamos saber qué o cómo pensaban todos y cada uno de los personajes que intervenían en la trama. Recuerdo a nuestro Luis Berenguer con un tomazo, encuadernado con tapas rojas, preocupado por la omnisciencia galdosiana y por la conductancia de los diálogos, la clásica muletilla, él dijo, fulana contestó, replicó, pensó, intuyó…marcados, resaltados, con trazos rojos o azules hasta agotar las repeticiones y los tiempos empleados en tal recurso.

Cada novela, una técnica, igual que en el cine, Bergman, Visconti, Truffaut, la Nouvelle Vague… Un autor en teoría humorístico, género terciario o cuaternario en este país, en una novela editada en los años setenta, parodiaba la concesión de un premio a la novela de técnica más liada, rebuscada, innovadora, se decía entonces, "Corriendo siempre adelante con la cabeza hacia atrás". Toda una metáfora, ya en el título, de lo que colmaría los tratados de narratología posteriores.

¿Para qué? Para que aparezcan, de Pérez Reverte para acá, con su exaltación del culebrón decimonónico, la tabula rasa de todo lo anterior, y volver a la narración omnisciente, en primera persona, de cualquier trama o argumento, y convertir la literatura en pobreza extrema, pauperrimus litteris, cualquier texto que, autoeditado o autoenmascarado, se nos va a ofrecer como la última maravilla de la literatura-literaria. (Disculpen el pleonasmo jocoso y necesario).

En la Isla está pasando. Libros que aportan menos a la literatura o a la investigación que a la vanidad personal o a la soberbia de autor. En la pintura está pasando, en el cine también. Hay más tertulias que escritores, más figurantes que figurados, más figurines que figurones.

Serán los tiempos. Será la autocompasión o la autocomplacencia, pero la literatura muere entre palabras muertas…Como muere la arquitectura, la música e, incluso, el flamenco. ¿Para qué escribimos sin leer? ¿Para qué está la literatura tan minúscula que implanta la inmortalidad antes de la/ su muerte?

Baroja dijo que la novela era oficio sin metro, reino de libertad absoluta en medida y contenido, y Cela llegó a decir que novela era todo lo que, editado en forma de libro, admitía debajo del título y entre paréntesis la palabra novela. Boutades de Nobel, siempre fama y controversia. Siempre el amarillismo prensil-de prensa- disparatando el ego con sus normas.

Cela que las rompió desde el colectivismo simultáneo y unanimista de la Colmena, hasta el monólogo experimental de Cristo, versus, Arizona. Acusado de plagio y machacado como pichula vargasllosana, nunca, de verdad, planteó en serio las tristes preguntas enlodadas de hoy en día

¿Para qué se escribe? ¿Para ser qué? Paga y edita, que diría el Minglanilla chico. Ejemplo egregio en disparates, aposiopesis y vanidades de villa entre caquexia y disfemismos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios