Análisis

j.m.Bravo

Libertad y Evolución. Juan Antonio Lobato en GH40

La ocasión de contemplar una pintura moderna, encuadrada en la abstracción radical, realizada por un artista que ha comprendido las arpilleras de Manuel Millares y el informalismo de Lucio Muñoz, es algo que no se encuentra todos los días por estos lares. Ahora es posible. Juan Antonio Lobato expone en su re-inaugurada y espectacular galería, GH40. Al ver sus composiciones enormes, matéricas, casi solemnes, la palabra que mejor describe su esencia es LIBERTAD.

Libertad de pensamiento y de creación, la libertad que proporciona el conocimiento del arte y la experiencia vital de una biografía compleja; libertad para desafiar los convencionalismos y apartarse de una tradición pictórica demasiado blanda, plagada de mantillas, rincones típicos y lánguidos desnudos decimonónicos. Se olvida a menudo que alguien tan moderno como Picasso murió hace ya medio siglo y que la pintura no puede quedar anclada a la roca del pasado. En la primera de las dos salas, Lobato hace gala de una gran inventiva: construye cuadros con sus recuerdo, usa su intuición para transfigurar en formas pictóricas los restos de naufragios olvidados que el mar arroja a la playa; el blanco y el negro, los ocres y los pardos transfiguran libros, telas y maderas en elementos plásticos que ensambla con audacia. En su universo, los símbolos pueden evocar personas que ya se han ido o a las vivencias del pasado que perviven, crípticamente, en sus creaciones.

El uso generoso de la libertad le lleva a explorar nuevos caminos y, de manera inexorable, a la EVOLUCIÓN de su pintura. Porque los cuadros expuestos en la segunda sala, que es un sorprendente espacio subterráneo, con una excelente iluminación, son totalmente diferentes. El paso del tiempo ha hecho su trabajo y la pintura ha cambiado drásticamente: la figuración ha vuelto, ¿se puede retornar a ella cuando has alcanzado el límite del informalismo? Sí: formas, luz y perspectiva toman el control de los cuadros, obsesiva y delicadamente azules. Esa evolución no es fácil. Se necesita valor para meter todo el timón e iniciar un brusco cambio de rumbo para abandonar un modo de hacer que ya estaba consolidado y permitía al artista moverse de manera confortable, porque ya dominaba las reglas y los recursos. El retorno a la pintura con «motivo» es arriesgado: es una decisión de la que hay que estar muy seguro porque significa enfrentarse de nuevo a las críticas y al posible abandono de tus admiradores, sorprendidos por el cambio. Pero las fuerzas de la creatividad son las que tienen el control. En esta nueva etapa, el leitmotiv de Juan Antonio Lobato es el mar y sus hijas las olas, que saltan entre la espuma blanca: ¡El mar, el mar siempre recomenzando!, dijo Valéry y uno recuerda el verso cuando contempla estos cuadros resueltos con grandes superficies planas, muy sintéticos, pero tan evocadores que nos transportan al irresistible paisaje atlántico, con tanta fuerza que casi podemos sentir el viento.

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