Análisis

Enrique Montiel

Lela y Conchi

La vida no le puso fácil ni un día pese a lo cual llevaron a sus familias adelante con dignidad

Hay otra vida al margen de las intrigas, las ideologías excluyentes, los cordones sanitarios, los desahucios, los silencios ominosos, los aspavientos y demás celebraciones de las vanidades y las mentiras del mundo. Hay otra vida siempre, la vida verdadera. Es la vida del amor, del trabajo, del tirar del carro, de estar erguidos. Esa vida, vivida en las intimidades, suele dar el sueño de la mayor calidad, la paz del espíritu y la sonrisa siempre pintada en los labios.

Conozco de toda la vida a Lela y Conchi, de toda la vida. Decenas de años, quiero decir. En estos días el gremio de la hostelería y la restauración le da su premio anual, su reconocimiento a una labor de toda la vida trabajando y trabajando bien. Creo que es el tercer año de este premio que consiste en que una tarde de mucho cariño a Lela y Conchi, hosteleros y amigos ofrecen un café-merienda, palabras dichas con el corazón y la alegría íntima de que te reconocen lo mucho que se ha hecho en toda la vida de trabajo.

Lela, de las Callejuelas, se casó con su novio de muy niño, Joselito, y Conchi, alta y rubia, muy guapa, lo hizo con el hermano del marido de Lela, Lolo Picardo. José y Lolo eran los sobrinos de la gran e inolvidable María Picardo, la mujer de Juan Vargas, el alma de la Venta hasta que dio su último aliento y descansó. Como si fuera una tradición, del mismo modo que María Picardo fue la mujer fuerte, la viga y el pilar del emblemático restaurante cañaílla vinculado al flamenco y a la cocina tradicional y el pescado de estero, Lela y su concuñada Conchi, hicieron lo propio. Heredaron las recetas y los mandos sobre los fogones y siguieron haciendo las tortillas de camarones, invención de la Casa, las indescriptibles berzas, el rabo de toro, los pescados únicos en el mundo de nuestros esteros y el recetario completo de "la cuchara" magnífica de nuestra cocina. Fueron -y siguen siendo- el fuego del hogar, el combustible sin el cual no navegaría por los mares del mundo y todos los caminos el buen nombre de la Venta de Vargas.

Ya tenemos un verdadero póker de grandes mujeres isleñas a las que sus compañeros hosteleros han distinguido con su premio anual. Lela y Conchi se han unido ya a Rosa Prius y Elvira Loureiro. Verdaderamente hablamos de cuatro mujeres excepcionales, de un mérito sin par. Grandes grandes, nadie podrá desmentirme. Trabajadoras abnegadas a quienes la vida no le puso fácil ni un sólo día pese a lo cual llevaron a sus familias adelante con toda la dignidad, trabajando más que nadie, sacrificándose hasta el límite.

Hay vida verdadera al margen de todo lo empecé diciendo. Es la vida de Lela y Conchi… Por eso mismo. Felicidades. Un gran acierto.

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