Análisis

Ana sofía pérez bustamante

Irene Vallejo en un junco

Al altar donde conservo Una historia de la lectura de Alberto Manguel acaba de subirse Irene Vallejo con El infinito en un junco, último Premio Nacional de Ensayo. Es una historia sobre "la invención de los libros en el mundo antiguo"; el reto, traducir una tesis doctoral a relato de aventuras. Ah, sí. Vallejo refiere un proceso que va desde Mesopotamia y Egipto hasta la caída del Imperio romano pasando por la biblioteca de Alejandría, pero el interés discurre por meandros donde, como Sherezade, la autora desarrolla mil núcleos de interés. Difícil escoger aquí dos o tres perlas de tan largo collar. La primera escritora de nombre conocido fue la sacerdotisa acadia Enheduanna, que describió cómo el dios de la luna la visitaba de noche para hacerle engendrar sus himnos. Es el suyo el primer poema metaliterario, el gesto más viejo de asombro del ser humano: ver cómo vemos, hace más de 5000 años. Y qué me dicen del orador Antifonte (s. V a.C.), que abrió en Corinto una consulta donde anunciaba que podía curar a los tristes con el fármaco de la palabra. Exactamente igual que el psicoanalista Viktor Frankl, superviviente de Auschwitz. O de Ovidio, desterrado por haber escrito un libro indecente donde contaba, en la muy patriarcal Roma, que a él le gustaban las mujeres mayores con experiencia erótica, y que nada había mejor que llegar juntos al orgasmo. Una anécdota que dedico a mis amigos libreros y libreras: al padre de Vallejo le quedó un gesto de lector clandestino de la época de Franco. Cuando iba a una librería de viejo le gustaba hundir los brazos hasta el fondo de las pilas, y un día (años 90 ya) pescó una edición del Quijote que a partir del segundo capítulo se convertía en El capital de Marx. ¿Sabían ustedes que el primer fan conocido fue un hispano de Gades, que a principios del siglo I hizo un larguísimo viaje a Roma solo para ver a su ídolo, el historiador Tito Livio? Si dudaban qué regalar en Navidad a ese amigo o pariente raro que todos tenemos, ya les he dado una pista. Claro que, como Marcial indicaba, otras posibilidades son un sujetador de piel de toro o un pomo de agua de nieve.

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