El exabrupto de un diputado ha venido a conseguir lo que, de otra manera, pareciera imposible: que tras una sesión de control al Gobierno las informaciones y comentarios giren en torno a una propuesta con impacto en la ciudadanía, en lugar de dar vueltas de nuevo a los cruces de puyas y los mítines disfrazados desde la tribuna. Al menos en esta ocasión, se hizo verdad el ‘no hay mal que por bien no venga’, y gracias a ese ‘vete al médico’ lanzado como ofensa, esta semana hemos hablado y pensado sobre salud mental.

Si partimos del hecho de que la Sanidad, en su conjunto, está lejos de contar con medios y recursos suficientes, no hay que bucear mucho en los datos para intuir cómo estarán los servicios de salud mental. Acudir al psicólogo, por muy modernos que nos creamos, sigue viéndose como un capricho, como el recurso fácil de quien no tiene los arrestos suficientes para plantar cara a la vida y lidiar con sus propios problemas.

Afortunadamente, me tengo por una persona bastante estable, y los obstáculos que me he ido encontrando en el camino siempre han sido asumibles. Afortunadamente también, tengo una red de apoyo fuerte, una familia que me cuida, unos amigos con los que compartir penas y alegrías, ingresos suficientes para no pasar estrecheces. Pese a todos estos privilegios, reconozco que esta pandemia me está dejando tocada. Hay días que es el cansancio, otros la incertidumbre, a veces es simplemente apatía, esa sensación de vivir a medio gas, haciendo solo lo que es estrictamente necesario para la supervivencia, mientras todo lo demás se nos prohíbe.

Si yo estoy así, qué no estarán pasando todas esas personas a las que esta situación les haya sorprendido ya con heridas sin sanar, o aquellas a las que la soledad, el miedo y la falta de futuro les haya golpeado con más fuerza. Ya les gustaría irse al médico. De eso se trata, precisamente, de que lo que ahora es un lujo sea una opción para todos.

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