Me gustan los equipos intensos. Competitivos. Solidarios. Difíciles de jugar y más aún de ganar. Me gusta la pinta que va cogiendo el Cádiz, un equipo que no sólo está atento al balón, porque en el fútbol no hay mayor ciego que aquel que sólo ve la pelota. El Cádiz va cogiendo empaque poco a poco. No hablo de objetivos, ojo, no quiero otra cosa que la permanencia en esta Segunda División igualada y divertida, pero me siento orgulloso de un equipo cuando juega como tal, y el sábado ante el Zaragoza vi a un Cádiz que hacía mucho tiempo que no veía. Pese a la lluvia, que mojaba hasta a los que estábamos en Tribuna, porque en Cádiz somos tan especiales que hacemos viseras que no cubren toda la grada, pasé un rato magnífico. Y de eso se trata. No me gusta que me hagan sufrir. Nada. De hecho, a mi edad, ya no estoy para sofocones. Así que comprobar que Álvaro Cervera está siendo capaz de ensamblar un buen conjunto con las piezas que tiene, que igual es capaz de funcionar con un 4-1-4-1 que muta a un veloz 4-3-3 cuando agarra la pelota en la zona de tres cuartos me parece interesantísimo. Y vayamos por partes y de atrás hacia adelante: Cifuentes está segurísimo; Sankare y Aridane parecen cada vez más fuertes; Brian Olivan es veloz y punzante, Carpio cumple con su tarea; Garrido -cuánto lo hemos echado de menos- parece un mediocentro de altos vuelos; José Mari resulta esencial -habrá que ver cómo se desenvuelve el equipo sin él varias semanas-, sobre todo porque eso tan fácil que parece pedirla, tocar y moverse, no está al alcance de todos; Abdullah, cuya forma física mejora, tiene calidad; y arriba, Álvaro, por quien espero que no escuchen ofertas de Primera hasta que acabe la Liga si no quieren repetir errores como la venta de Lucas Lobos que nos condenaron, está en plan estrella en las últimas jornadas; Salvi ha vuelto y Ortuño me parece un delantero que hace fácil lo difícil. Y todo ello presionando hasta el final. Así da gusto.