Hace apenas tres días que volvimos de visitar algunos países que conformaban la antigua Yugoslavia. No recuerdo viaje que me haya impresionado e inquietado más.

Llegar a Croacia es agradable. Ese mar, tan intensamente azul, sin olas ni arena, no puede menos que deslumbrar a cuanto visitante acude. Pasear por la limpísima Dubrovnik sorprende. La reconstrucción de la ciudad se ha hecho con materiales nuevos, respetando a la ciudad de antes de la guerra.

Aún no es temporada alta y los cruceros no dejan de derramar personas, tantas que cuesta caminar. Algunos suelos conservan los cantos originales y para visitarla, siempre subes o bajas escaleras. La bordean montañas.

Buena parte de su población quiere y necesita vivir del turismo. Trabajan duro para presentarnos la ciudad ideal. Abundan pequeños comercios locales atendidos por sus propios habitantes. Parece que no aceptan los de otros lugares. A los turistas nos ofrecen corales rojos, comida local en sus restaurantes, servidas por sus camareros y opciones para viajar por las islas en barcos de distintas calidades, duración y precio.

Los guías de cada ciudad han de ser, por obligación, del lugar y no cuentan penas del pasado. Sin embargo, si te interesa más que la pura apariencia, observas huellas de impactos de metrallas en algunas casas y edificios. Para visitar cuatro países, hemos cruzado doce veces las fronteras, con todo el grupo avisado de que tuviéramos localizado pasaporte y DNI. Tuvimos suerte y no perdimos demasiado tiempo.

Son pueblos muy religiosos. En una iglesia ortodoxa de Montenegro, donde ensayaba una escolanía, la gente entraba, besaba la foto de un Cristo y san Nicolás y rezaba. Días después jóvenes seminaristas rezaban en la catedral católica de Dubrovnik mientras sonaba Tocata y fuga en su órgano. Ese fin de semana vimos dos bodas. Cuando los novios salían, la bandera croata ondeaba detrás de los recién casados y la multitud cantaba encendida.

Su última guerra civil acabó en el 95. ¿Qué les llevó a ello? Los que participaron en las guerras se han perdonado. No quieren volver oír hablar de esos horrores, pero en algunos jóvenes resurgen unos nacionalismos exagerados.

Por eso mi inquietud.

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