Análisis

rogelio rodríguez

Illa, pandemia y sectarismo

A los españoles les angustia la pandemia y al Gobierno le preocupa el resultado en Cataluña

Si el mapa mundial es aterrador, con cien millones de personas infectadas por el Covid y dos millones de muertos, que con certeza son muchos más dado el descontrol sanitario y administrativo en amplias zonas del planeta, en España la situación se precipita por derroteros cada vez más aciagos como muestran los balances diarios de contagios, de fallecidos, de cierre de empresas y de familias con todos sus miembros en paro, que nos sitúan a la cabeza de la desgracia entre los países desarrollados. Somos víctimas de una pandemia imprevista y brutal, que ha encontrado pasto en la gestión de un Gobierno desestructurado que depone responsabilidades y se escuda en el drama para nublar su incapacidad y sectarismo. Y no sólo eso, sino que, además, participa, por añadidura, en el deterioro institucional y democrático del sistema que practican sus coaligados. Un fraude que se extracta en hechos reprobables como la obstrucción de las Cortes o la clamorosa incomparecencia en el Congreso del hasta el pasado martes ministro de Sanidad, Salvador Illa, para rendir cuentas de su epatante gestión.

Hace pocos días le preguntaron al ahora sorpresivo candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat sobre la necesidad de aplazar o no las elecciones catalanas, previstas, en principio, para el próximo 14 de febrero, y el entonces abnegado ministro, que llevaba un par de semanas de soterrada campaña electoral, respondió impasible que él estaba "centrado al 101 por cien en la pandemia". Si no fuera por la enorme gravedad y trascendencia de su balance de doce meses en el Ministerio, diez como supuesto timonel del Estado frente al coronavirus, la tocata y fuga de Illa se reduciría a un chiste de Mafalda. Un político de segunda fila, licenciado en Filosofía, al que Pedro Sánchez concede el florero de Sanidad por su presencia higiénica y sin más miras que la de gratificar el apoyo que le prestó el socialismo catalán en la toma del partido. Pero he ahí lo ocurrido, el drama, el desconocimiento, la improvisación, las mentiras, el continuo despropósito, y he ahí a nuestro hombre atacado de popularidad y expectativas plebiscitarias al que el presidente del Ejecutivo despide ampuloso como si hubiera sido premiado por la Academia sueca.

Verbigracia de dislates en una España anestesiada por el miedo, recluida y, de momento, insensible ante los continuos atropellos y burlas de los que detentan el poder político y, también, de los que aspiran a conquistarlo inmersos en delirantes contradicciones y campañas fratricidas. A los españoles les angustia la evolución de la pandemia, el suministro de vacunas y la debacle económica y laboral, mientras que al Gobierno PSOE-Podemos le preocupa, sobre todo, el resultado de las elecciones en Cataluña, el falaz motivo por el que no amplía el estado de alarma ni adopta las drásticas medidas que recomiendan la UE y la OMS para preservar la salud de la población. Ignoran que hay derechos como la vida o la integridad física que deben prevalecer sobre otros como el voto o la participación política. Desoyen con alevosía.

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