Análisis

rogelio rodríguez

Iglesias, el predicador acorralado

Fuera del Ejecutivo caerá en la marginalidad y dentro se abrasará a fuego lento

Pablo Iglesias, que habla mucho y llevaba unos días sospechosamente callado, es un predicador compulsivo que aprovechó la crisis económica y el descrédito de los partidos tradicionales para hacerse con un púlpito consistente en el Congreso de los Diputados y, posteriormente, por espurias razones ampliamente descritas, con la mecedora de vicepresidente segundo en el Gobierno a pachas que conformó Pedro Sánchez, su gran adversario en el espectro ideológico de la izquierda. Una carrera meteórica que va del piso de Vallecas al gran chalet de Galapagar, blindado por esa abnegada Benemérita a la que tantas veces denostó; del abono de transporte público al coche oficial con escoltas y del discreto despacho en la sede madrileña de Podemos a pavonearse en la dependencia de mayor rango del Ministerio de Derechos Sociales, en el distinguido Paseo del Prado, aunque él prefería el Palacio de La Moncloa.

El ascenso al poder del jefe podemita ha sido tan acelerado, tan imprevisto, tan oportunista, tan de la España proclive al panfleto ilusionista, tan cegador, que ha trastornado en un santiamén -y desvelado- sus presuntas y admirables pretensiones regeneracionistas. Dijo que "Podemos es una escoba para barrer la suciedad", y resulta que la barrida era para casa. Prometió no cobrar nunca cuatro veces más del salario mínimo y a su sueldo de alto gobernante suma el de su mujer, Irene Montero, ministra de Igualdad por su vínculo amoroso. Reclamó el voto para sanear las instituciones de las corruptelas de la casta y su partido acaba de ser imputado por financiación irregular y malversación de fondos públicos. El dirigente que bramaba exigiendo dimisiones en casos similares, reclama para él la presunción de inocencia que negaba a Mariano Rajoy y, ahora desde el Gobierno, arremete contra la Justicia y contra los medios de comunicación que difunden lo que investigan los tribunales.

Mientras en estos días de calurosa inquietud, con cifras más que alarmantes de nuevos contagios por coronavirus y una situación económica camino de un otoño en llamas, Pedro Sánchez repone fuerzas en Canarias, en el palacio que Hussein de Jordania regaló al rey Juan Calos I y éste donó a Patrimonio Nacional, Pablo Iglesias no sabe dónde meterse. Su ya pálida estrella ha caído en manos de un juez, Juan José Escalonilla, que tras la denuncia José Manuel Calvente, ex abogado expulsado de Podemos de forma harto extraña, ha abierto causa contra el partido morado y tres de sus más altos cargos, uno de ellos Juan Manuel del Olmo, responsable de comunicación y estrategia del partido y de la vicepresidencia segunda.

Así se las ponían a Fernando VII y así se las ponen al líder socialista. Si formar Gobierno de coalición con la izquierda antisistema suponía asumir un coste imprevisible, mantenerlo ahora representa una inversión rentable para los intereses de Sánchez. El pacto es ya papel mojado. Iglesias también ha sido abandonado por buena parte de los suyos. Solo le queda el cargo y un sórdido derecho al pataleo. Fuera del Ejecutivo caerá en la marginalidad y dentro se abrasará a fuego lento.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios