Esto de escribir o no escribir no es culpa de nadie. Ni siquiera del Gobierno. Se tiene tiempo siempre que haya organización y predisposición. Y esta reprimenda a mí misma es para evitar procrastinar y verlo todo más claro, con dos niños pequeños y a pesar de la mascarilla (no sé si a usted le ocurre, pero no veo ni oigo bien cuando llevo tapadas la nariz y la boca, qué cosas). Y llego a la conclusión de que ser idiota también depende de uno, y no vale echarle la culpa a nadie, ni siquiera al Gobierno, y menos en lo que concierne a la educación de los hijos y el comportamiento de éstos cuando son adolescentes. Resulta que hace unos días me indigné quizás de una forma un poco vehemente al ver esas bandadas de jovencitos correr por la playa la noche de San Juan, huyendo de la policía, como si la policía fuera el problema. Cientos de muchachos y muchachas que rozan la perfección, de los que no beben, ni fuman, ni hacen cosas feas ni malas y son el orgullo de sus desentendidos padres muy guays a favor del desarrollo libertino de sus retoños, no sea que se traumaticen con una mijita de disciplina. Ay, qué idiotas. Y me van a permitir que me lo llame a mí misma también, porque me llegará la hora, seguro, como bien me recordaba una amiga de cabeza amueblada que da gusto, oiga. Procuraré tener este artículo a mano, por si tengo que recordar a mis descendientes que una pandemia no es una travesura cualquiera, ni una borrachera en una feria, y que la falta de conciencia y responsabilidad puede costarnos muy caro.

Más de una mamá (no hay discriminación, será casualidad) me ha espetado en plena labor tutorial que el fruto de su vientre se le ha ido de las manos, y que por más móviles de la manzanita o motos que le compre, no entra en razón y está cada vez peor. Ay. Pero eran otros tiempos donde no había un bicho suelto (para Bolsonaro, idiota entre los idiotas, que cree que el bicho es inofensivo, y esperemos que para él no sea rencoroso, como afirma con humor negrísimo Felipe Benítez Reyes en su Facebook) peligrosísimo, donde no estábamos en vilo ante la destrucción inminente de nuestro modo de vida y nuestras costumbres. Ay. Esos padres y madres, hijos e hijas, cuya idiotez es contagiosísima, como la muerte, que se nos lleva a todos como a fichas de dominó más tarde o más temprano.

En fin. No es tan difícil, y se puede hacer desde casa: basta con dedicarle tiempo a pensar lo que se debe pensar hoy y no mañana, elegir la sensatez es ser de verdad libres, y la comodidad no tiene nada que ver con la felicidad por mucho que se le parezca. Por favor, abran los ojos y ábranle los ojos a los que tienen todo por delante, no sean idiotas.

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