La verdad, no se entiende. Sí, hemos visto imágenes y leído crónicas y opiniones, pero a muchos nos quedan serias dudas sobre lo acontecido. Por ejemplo, viendo el espigón, que no llega a cincuenta metros de longitud, y que gateando por las piedras no necesita que ningún morito se moje, ¿cómo es posible los casos de hipotermia o la extenuación al borde del ahogamiento? Dar la vuelta al espigón ceutí pegado a las piedras puede que ni siquiera la resaca atente contra el osado inmigrante que, en cinco minutos ya está en Europa. Sin embargo que el sátrapa marroquí dejara abiertas las puertas para salir con pie enjuto tenga más sentido.

Olvidar que es la estrategia del tal Mohamed VI, ese fulano podrido de dinero y de conciencia, que desprecia a sus súbditos y a todo bicho viviente, como corresponde a todo aquél desgraciado que no se merece nada de lo que tiene o, mejor, que lo ha conseguido robándoselo a su propio pueblo, condenándolo a pasar hambre, a emigrar y a morir en la indigencia, y a negocietes que ni uno solo resiste la prueba del algodón de la decencia, más si cabe cuando su trayectoria política ha consistido —como las de sus antecesores— en extorsionar a todos los países con los que ha tenido trato valiéndose del lugar estratégico que ocupa, incluido Suiza.

Lo ocurrido en estas últimas semanas no es nuevo a lo largo de las relaciones entre el Reino de España y el Alauí. Este ha sido un cáncer que siempre se ha aprovechado de las debilidades de los gobiernos de nuestro país para atacarlo o para chantajearlo que, intereses ocultos aparte, nunca ha sido tan de chichinabo como este que disfrutamos.

No hace falta ningún doctorado en Ciencias Políticas para llegar a la conclusión de que algo siniestro existe bajo esta oleada de agresiones. ¿Pretexto? Los que quiera cuando la ciudadanía es manipulada por todos los que dicen ser nuestros representantes.

Como nadie se cree que la cosa vaya entre el guardia municipal de Ceuta o Melilla y el de la frontera de enfrente, y el morito analfabeto no es el protagonista, sino la víctima, la explicación hay que buscarla más arriba, mucho más arriba, sin descartar esas organizaciones inútiles, carísimas, que a la postre existen porque en algún lugar tienen que guarecerse los miserables fracasados mientras ejercieron de políticos en activo. ¿Podría decirse sin faltar a la verdad que todas esas entidades, desde la ONU a la FAO, pasando por la UNESCO y compañeras cómplices no dejan de ser escaparates para carcamales tratados a cuerpo de reyes gracias a los impuestos de todos los curritos de a pie?

Por ahí debería empezar, por ese pasteleo donde el ciudadano no pinta nada y que todo, como en los tiempos pasados, se deba a la conjura judeo-masónica-marxista culpable de todas las incompetencias propias y ajenas. Sin embargo la única verdad es que, como siempre, seguimos sin saber la verdad, caso de que exista alguna.

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