“¿Cómo voy a estar equivocado si los que me rodean piensan igual que yo?”. Esto dice el único bocadillo de la viñeta de J.P. Compaired en la que gráficamente aparece un circulito negro rodeado de muchos otros semejantes. Solo al ampliar la mirada se ve al grupo envuelto por multitud de figuras cuadradas y rectangulares. Con cuánto acierto se puede reflejar una de las ideas que más me inquietan últimamente: todos nos creemos en posesión de la verdad y, cuando entramos en las redes sociales y grupos de Whatsapp, lo que encontramos refuerza esta convicción.

Hace poco, en uno de estos grupos, alguien cercano compartía un artículo de opinión recomendando su lectura como interesante y edificante. Lo leí por ser una recomendación específica de un amigo, no un reenvío masivo de los que ya suelo pasar bastante. Me quedé atónita. No podía creer hasta qué punto estábamos en burbujas diferentes. Para mí el texto era sesgado, manipulador, detestable, falso, políticamente en las antípodas de lo que opino. Sin embargo, quién lo mandó me quiere, me consta. No lo hizo por molestar ni por entablar polémica, realmente daba por hecho que solo se puede estar de acuerdo con el escrito, que todas aquellas afirmaciones son indiscutibles y ciertas. ¿Por qué? Porque su entorno escucha las mismas emisoras de radio, lee los mismos periódicos y comparte los mismos grupos en redes.

Se ha construido una burbuja a su manera. Probablemente como yo, no lo niego. La diferencia está en que me encuentro entre ese grupo de personas, creo que bastante minoritario, que no reenvía casi nada porque no da por hecho que todos pensamos igual.

La realidad es plural y diversa, y debe ser así. Nada es bueno o malo, no se trata de conmigo o contra mí. Existen los grises, los matices, las contradicciones. Es muy recomendable darse una vuelta de vez en cuando por otras plazoletas: cambiar de emisora de radio, leer otros periódicos, incluir a gente diversa en nuestras redes sociales. Luchar, en definitiva, contra esta polarización absurda en la que cada uno, con su entorno, se acaba encerrando en una gota de aceite que jamás se abrirá a recibir nada del agua en la que permanece flotando.

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