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Ha comenzado la liga en fútbol base. No son categorías inferiores. No son inferiores a nadie. Son unas categorías muy importantes. Marcan el futuro de niñas y niños. Imagino algo así en la cabeza del entrenador de fútbol base:

Esta semana empieza la liga y me pondré mi gorra de entrenador. Con mi gorra puedo ver que ese niño o niña está muy triste. Habrá tenido un problema en casa o en el colegio. Necesita que le regale al menos una sonrisa.

Cuando llevo mi gorra me fijo en el comportamiento a lo largo de la semana de este jugador, y por eso no irá convocado. Es de los mejores y quizás los padres no lo entiendan, pero solo llevo a los que son los mejores dentro y fuera del campo.

A veces veo que un jugador hace trampas en un partido. Debe cambiar su actitud. Se juega como se entrena y se vive como se juega. Necesita, con urgencia, que intervenga.

Con mi gorra sé que quizás uno de cada mil jugadores de los que haya entrenado llegará a ser profesional. Cada año hay padres convencidos de que ese será su hijo. Pero todos mis jugadores lo que llegarán a ser seguro es personas.

Cuando me miro a mí mismo con mi gorra de entrenador sé que no seré ni Guardiola, ni Mourinho. Pero mi trabajo no es menos importante. Tengo que educar antes que ganar. Lo primero son los jugadores, ellos están antes que yo.

Cada temporada noto que mi gorra de entrenador pesa más. Ojalá este año me ayuden a llevarla los padres y directivos del club. Que en vez de preguntar si hemos ganado, pregunten si los niños han disfrutado.

El éxito de un entrenador no está en los ascensos que logre, eso depende de las circunstancias. Mi éxito es que, con los años, los que han sido mis jugadores me paren por la calle, me den un abrazo y me recuerden con cariño.

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