Análisis

Guillermo Alonso Del Real

Glorias locales

A todos nos encanta saber que un fulano de talento nació en nuestro propio pueblo"

La biografía de Miguel de Cervantes (lo de Saavedra fue un invento suyo) es bastante oscura. José Miguel Cabañas en su excelente biografía del autor lo deja patente. Incluso su lugar de nacimiento ha estado en litigio durante años, tanto como su sepultura, que dio lugar a un aparatoso revuelo con exhumación de huesos innúmeros, total para nada.

Tengo la impresión que a nuestro irónico y genial personaje le hubiera dado un ataque de risa ante semejante follón, porque lo que sí queda preciso y contundente es la genialidad de su obra, donde se le puede conocer muchísimo mejor que a través de no sé qué endiablado ADN.

Pero, a lo que íbamos: La relación entre don Miguel con Alcalá de Henares fue más bien exigua, porque era un culo inquieto y anduvo de la ceca a la meca toda su vida. Madrid, Valladolid, Italia, Argel, Sevilla, Esquivias… Y no siempre por decisión personal, porque la vida y el azar lo zarandearon de modo inmisericorde y nunca logró un mínimo de comodidad y de sosiego.

Probablemente a él esta circunstancia no le hiciera maldita la gracia, pero a nosotros nos ha valido un incalculable regalo de universalidad y perspectiva, el que recibimos, no sólo en El Quijote, sino en las Novelas Ejemplares, en sus entremeses y, en suma, en toda su obra; incluso en la poesía modestamente menospreciada por él mismo, pero sólo con el pérfido y divertido soneto al Túmulo de Felipe II en Sevilla ya se merecería un montón de aplausos.

Siento haberme extendido sobre todos estos pormenores, pero es que el imán Cervantes posee sobre mi una atracción irresistible. El hecho de que este hombre sea considerado una gloria local de Alcalá de Henares, ciudad en la que todo se llama "Cervantes", incluso es, o era (no lo sé), sede del "Instituto Cervantes", resulta un tanto pintoresco, porque, como queda dicho, su relación con la ciudad, aparte del hipotético hecho de nacer allí, fue bastante escasa por no decir, nula.

La tendencia presente en muchas ciudades y pueblos de adjudicarse como gloria local a un personaje ilustre no deja de presentar un cierto cariz de ingenuidad. A todos nos encanta saber que un fulano de talento nació en nuestro propio pueblo, como si este hecho tan aleatorio nos adjudicara una porción de su sapiencia o creatividad.

Uno hasta puede elegir dónde va a morirse, aunque la caprichosa Parca se interponga con frecuencia en tal propósito; pero lo de nacer sí que es por completo ajeno a un propósito deliberado nuestro. Nacer en Chiclana no tiene más mérito que hacerlo en Belgrado, por ejemplo. Menuda lotería.

Hace pocos días se ha festejado a Fernando Quiñones y su obra por nuestras calles, lo que me satisface mucho, porque su obra y personalidad son admirables. Coincidí con él sólo un par de veces en Chiclana, concretamente en la antigua Peña Flamenca; así que no tuve ocasión de profundizar en su conocimiento personal, pero sí que he leído mucho de su obra, tanto literaria como erudita (en el flamenco, especialmente). También me di el festejo de asistir a representaciones de su "Legionaria", magistralmente interpretada por Ramón Ribero, antes de que el formidable personaje le fuera sustraído a Ramón por no sé qué oscuras razones.

Si algo me ha impresionado en los libros de Fernando Quiñones ha sido su universalidad, incluso cuando sitúa en Cádiz alguno de ellos. Nunca fue un autor localista, sino escritor de una gran perspectiva, lograda sin duda alguna por medio de sus numerosos viajes y de su trato con personas de la más diversa laya y jaez. Quiñones pega en Buenos Aires (Borges lo vio a su tiempo), tanto como en La Caleta, en el Yemen o en Jerez. Nació en Chiclana de la Frontera, eso sí.

Otra gloria local es don Antonio García Gutiérrez, un escritor romántico tardío, habilísimo dramaturgo y poeta mediocre, sin que por ello el Instituto más antiguo de Chiclana deje de llamarse "Poeta García Gutiérrez", centro en el que tuve el honor y, sobre todo, el gustazo de impartir docencia durante varios años. La sombra del Poeta es alargada, porque antiguos alumnos y profesores seguimos encontrándonos por la calle y hasta frecuentando bares con grandísima alegría y notable satisfacción.

Pero Don Antonio pasó muy poco tiempo de su vida en Chiclana, porque anduvo por Londres, por Bayona, por Génova y, sobre todo, por Madrid, donde se desarrolló la mayor parte de su carrera artística, profesional, académica y política.

Entre otras cosas porque sólo en la Capital era ello posible, sin que eso constituya desdoro alguno para su ciudad natal. Paréntesis: por esos mismos motivos Chiclana no podía ser cuna de ningún "Romanticismo", ya que se trataba por entonces de un poblachón rural, con una población mayoritariamente analfabeta o iletrada. ¿Por qué no aceptarnos como somos o fuimos, incluso sentir orgullo de un pasado tan humilde como noble?

Con todos estos matices y observaciones, creo que está muy bien que se honre a los chiclaneros ilustres; especialmente porque no fueron nada localistas, sino notablemente universales.

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