Los buenos narradores lo saben. En literatura, en cine, en series, un giro en el argumento, un acontecimiento abrupto, el efecto sorpresa, el impacto. Saber que ni siquiera el bueno o el protagonista se salvan de un final imprevisible. Amar al Joker porque es auténtico y nos provoca temblor en los cimientos. Cogerle manía a Batman, por cansino. No sé. Será por eso que nos enganchamos a las buenas historias y a los buenos personajes, cuanto más redondos mejor, porque proyectamos en las páginas de un libro o en la pantalla nuestra pasión, las obsesiones, inquietudes y nuestros profundos terrores nocturnos. Será que lo que necesitamos a veces en nuestro camino es ese cambio de trayectoria inesperado que nos saque de la monotonía, que nos salve del miedo y nos ponga a cargar las baterías de los días que nos quedan. No es que me alcance la melancolía siempre al acecho del otoño, pero es que servidora empieza a aprender esas lecciones que desde que empezaron a llamarla señora debería haberse tatuado en la piel de la existencia, una a una. Y la tierra da una vuelta completa y pone todo boca abajo, incluso el miedo. Se abren ventanas que creíamos atrancadas y vuelan los planes como un puñado de folios en blanco por el aire. Y es que a veces sentimos que no hay más, que todo está escrito y que no hay nada que nos pueda sorprender, ahogados en la rutina, atrapados en el tiempo. Créanme, y no es que pretenda descubrir nada nuevo, pero los giros de guión vitales existen, están y ocurren. Es cuestión de actitud, sí, y de bajarle un poco de volumen al ruido e intensidad a la incertidumbre. Caminar sin expectativas. Seguir como si no se tuviera nada que perder dejando atrás el vértigo y los precipicios que hay detrás de la costumbre, fuerza poderosa que extiende sus brazos fríos y puede más que el amor. Por eso conviene abrir los ojos y preparar la piel para los giros de guión, las carambolas del destino y lo nuevo que aún debe venir mientras nos quede aire en los pulmones. Somos una historia que se escribe y se rueda día a día, constantemente, y debemos improvisar para no sucumbir al tedio o a la amargura. Una cuestión de fe o de constancia es la vida misma, con todas sus temporadas, escenarios, héroes y villanos que salen y entran de escena, para dejar siempre huellas imborrables y cicatrices que molestan en los cambios de tiempo. Ya es noviembre y sobrevivimos que no es poco. La vida no es lineal, y necesitamos que no lo sea, aunque nos asusten profundamente los cambios, y para mal o para bien el movimiento trae buenos augurios si se saben leer las estrellas. Como dice Luis Rosales, "la vida no duele siempre en el mismo sitio", y si duele, es que respiramos dentro de nuestro propio argumento y estamos listos, así sea, para un nuevo giro de guión.

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