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Ganas de calle

La Isla tiene ganas de calle, qué duda cabe; todo nos invita a ello, la dulzura del clima, incluso estos vientos de locos

Lo ves como yo lo he venido viendo estos días. Pese al viento -levantazo, levantera- salimos a la calle. Nos ponemos la mascarilla y salimos a caminar. Lo necesitamos, va nuestra salud en ello. Lo que un día es tímida ocupación de las mesas disponibles en las terrazas ya es gente esperando su turno porque no se puede estar en una mesa más de una hora, o así. La gente vive de la memoria de vivir, de la costumbre. Somos animales de costumbres, nos han dicho. Yo ando la calle Real de punta a punta, como otros muchos. Es la costumbre, caminarla, antes por las aceras siempre llena de paseantes, ahora por donde nos deja el no tranvía que ahora pasa más que nunca, a la espera de que se normalice y podamos cogerlo de una vez, como si hubiéramos llegado al fin de una carrera. De obstáculos en este caso. Sí, cada día se ve más ganas de calle, de caminar con la fresquita, que ya se agradece, de terrazas para compartir con los amigos, de cervecita fría y tapita, de café o té, de refresco para los niños. Los años que viví en Sevilla, o a caballo entre Sevilla y la Isla, me llamó la atención esta cosa tan sevillana del ensimismamiento y del renovado amor a la ciudad, el no cansarse nunca de mirarla y piropearla, mi Sevilla, qué bonita es mi Sevilla, el pasear las mismas calles preso del mis desaforado amor a la ciudad. En la Isla nos pasa igual pero de otro modo. Digo que miramos las fachadas, los balcones y los cierros; las casapuertas que nos dejan entrever los patios, este esplendor humilde que tenemos, y nos lamentamos siempre, sobre todo de una edad para más allá, de lo que allí hubo antes, de las actuaciones -llamésmole- que se hicieron por todas partes cargándose un patrimonio de todos que no supimos conservar. Hay muchos ejemplos, los vemos estos días de pandemia en que, tras dos meses de encierro, o más, nos atrevemos a salir con mucho cuidado y una mascarilla, mirando todo como si fuera nuevo, como si lo hubiéramos olvidado.

La Isla tiene ganas de calle, qué duda cabe. Todo nos invita a ello, la dulzura del clima, incluso estos vientos de locos, la luz que muchas tardes tiene la ciudad sin nubes, la gente que nos encontramos en el paseo, con sus mascarillas tras de las cuales adivinamos sus sonrisas por estar vivos que es vernos y preguntarnos por los hijos, por los nietos y porque todo está bien, ¿verdad? Así somos, buena gente la inmensa mayoría, gentes pacíficas y amigables, cañaíllas todos en las calles, ensimismados también, felices por estar vivos.

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