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Análisis

PANDEMIA Manuel barea 31

El FMI y el PIB no alegran el día

También son ganas de flagelo, como si uno no tuviera bastante con la que está cayendo. Pero por alguna masoquista (¿y hasta sádica?) fuerza me levanto atraído por el cilicio. ¿Tendrán algo que ver las bajas presiones? Todas esas tormentas ahí arriba... O quizás es que contravengo las indicaciones de mi médico y sintonizo una emisora de radio justo en medio de una tertulia. Sí, empiezan los latigazos. Aunque hay alguien que en seguida me proporciona el ungüento necesario para aliviarme de la fustigación al referirse a la "ignorancia enciclopédica" de tantísimos que hablan acerca de lo que está ocurriendo, tipos y tipas que ya lo sabían todo desde el primer brote en Wuhan. Parece mentira que con tantos solucionadores como parece haber para este problema sigamos a estas alturas sin resolverlo.

Continúo con los azotes, pero ya no sacuden los tertulianos, sino los titulares de la prensa: el FMI prevé un paro del 21% y vaticina un jardazo del PIB del 8%. Me doy con más brío al recordar que el FMI es un organismo que puede decir esto en abril y en junio descolgarse con que el batacazo será de dos puntos más. Aplico sal en las heridas: David Pilling dice en El delirio del crecimiento que el PIB, si fuera una persona, sería "indiferente, incluso ciega, ante la moralidad", sería "un mercenario" que "mide la producción de cualquier clase, sin importar si es buena o mala". Por ejemplo, "está bastante de acuerdo con las guerras", ya que "le complace medir la escalada de un conflicto en número de armas, aviones y misiles para, después, contar el esfuerzo que precisará la reconstrucción de ciudades arrasadas".

Sí, es una mañana masoquista, para qué engañarse. Reparo más en esas noticias y apenas le doy una oportunidad a las que informan de cierta mejoría en las cifras a la baja de muertos por el virus y de las de curaciones al alza. Por lo demás, todo o casi todo lo que llega de la gestión política de la crisis es para regresar a la cama, cubrirse hasta la cabeza y echarse a hibernar. Pero de verdad. No a medias. Una buena hibernación, osezna. Echarse a dormir y despertar cuando todo haya pasado para encontrarse con otro Gobierno, con otra oposición; en definitiva, con otros dirigentes. A todos los de ahora sí que habría que hacerles un test, el test de la política. Aunque no creo que sea un atrevimiento aventurar que la mayoría daría negativo. Esto es bueno para alguien de quien se sospecha que pueda estar infectado con el Covid-19. Pero no es el caso de los representantes políticos de los ciudadanos. Aquí se aplica la cuarta acepción que da la RAE al término: el test da unos resultados malos, perjudiciales. Casi ninguno lo pasa. Y su contagio es bestial. A mí me sirve hoy la quinta acepción del diccionario. Dicho de una persona: pesimista, inclinado a ver el aspecto desfavorable de las cosas. Lo siento. Es que ya son muchos días.

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