Análisis

Rosario troncoso

Extraescolares, límites y vida happy

Hablaba el otro día con un buen amigo acerca de lo necesario que es, hoy día, conocer las propias limitaciones. El autoconocimiento profundo es fundamental y por lo que se ve, se oye y se lee, escasea. Esta marea del tú sí que puedes, tú si que vales y todo es posible con solo proponérselo con ganas, es igual de nociva que el plástico. Motivación, sí. Pero cuidado al elegir quimeras y perseguirlas para luego caer en el estrés crónico que es epidemia en nuestra sociedad, como esta contaminación de los sentidos que tenemos los occidentales del primerísimo mundo. Vivir de espaldas a todo lo trascendente, a todo lo que duele y al fracaso (muy necesario para crecer), el empeño absurdo de tener que ser felices por fuerza y apartar cualquier cáliz de nosotros. La vida happy a través de un filtro de Instagram. De todas formas y a pesar de la resistencia y la resiliencia, hay batacazos. Si para colmo no está bien vista la tristeza, todo empeora. Créanme: he leído artículos donde aconsejan "no deprimir" a los amigos con nuestras cuitas, no sea que nos abandonen por cansinos. Se trata correr. De ocupar los días con "experiencias" para no caer en el abatimiento. Huir de la vida contemplativa e ir a centros comerciales. Y como reza el lema publicitario en una de las bolsas de papel (reciclado, menos mal) de una conocida tienda de ropa juvenil "en esta bolsa está todo lo que sueñas" o algo así. Y está muy bien volar, pero sin perdernos de vista del todo. Para arreglar el mundo mundial hay que empezar por valorar nuestro cachito y sus límites. Es posible que, si no la felicidad, sí la tranquilidad de espíritu esté justo en parar y callar un rato, mirar alrededor y comenzar por adecentar nuestra zona de confort. Ya, si eso, saldremos de ella. Nosotros, los europeos viejos, hemos heredado lo peor de los yanquis, y nos creemos las películas, adoramos a los que hablan por nosotros, pero no saben nada de nosotros. Y competimos por metas que no deseamos, pero en nuestro afán ambicioso y escapista de nuestra propia fragilidad, perdemos toda capacidad crítica. ¿Y si respiramos? Puede que los más jóvenes que van a las manifestaciones, criados entre tropecientas actividades extraescolares multidisciplinares para combatir a toda costa el aburrimiento y competir en algún casting imaginario, empiecen a plantearse que a lo mejor no es tan malo aburrirse. Quizá busquen un futuro de conexión con lo esencial. En estas reflexiones me pierdo, mientras espero que mi hija salga de una extraescolar para llevarla a otra, y mañana más, no sea que se pierda las inmensas posibilidades que puedo ofrecerle para ir más allá de sus límites, para que salga a competir y a devorar el mundo. Pero estoy triste, y lo voy a saborear y la echo de menos. Así que me pararé a escucharla y le daré un tesoro más nutritivo: más de una tarde en casa, para aburrirnos juntas.

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