La OMS acaba de elevar el riesgo por contagio de coronavirus a muy alto. ¿Muy alto? ¿Y qué me dicen de la expansión del carnavalvirus? Ayer mismo se había expandido hasta extramuros, hasta la arena de la playa, hasta el Bebo los Vientos, uno de mis bares preferidos donde me tomo con mis amigas unos vermús maravillosos después de rezar el Rosario. Pero es que esta chusma no va a dejar ni un rincón de nuestra urbe sin contagiar con sus miasmas. Lo que me faltaba por ver eran barras de lata ensuciando nuestro Paseo Marítimo, balcón al ocáeano Atlántico. Pandillas chungas escuchando eso que llaman coplas, que si Marifé de Triana los oyera se moría otra vez. Venga tablaos, venga megafonía, porque se ve que los bares de Puerta Tierra no están tan tiesos como los que rodean el Mercado, venga niños chicos corriendo disfrazados como sus padres, criaturitas inocentes encaminadas hacia el mal camino por el mismísimo diablo carnavalesco, el mismo que quemaron el Martes de Carnaval pero que aquí se niega a morir. Menos mal que mañana, ya iba siendo hora, prenderán fuego a la Bruja Piti y me dejarán terreno para que llegue con todo su esplendor la Cuaresma, el Via Crucis diocesano, los cofrades recogiendo sus túnicas en las casas de hermandad, el olor a incienso... Entonces pensaré que todo esto no ha sido más que una mala pesadilla. Hasta que, cuando menos me lo figure, volverá a sonar el pito de caña. Ave María Purísima.

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